Dr. Josep Mª Fericgla
Societat d’Etnopsicologia Aplicada i EECC
Fundació J.Mª Fericgla
www.josepmfericgla.org
1.
En una esquina del viejo barrio hay un grupo de interesados en el fulgor de la ayahuasca. Desde el fondo de la misma calle llegan los cantos y reflexiones de los nuevos sincretismos religiosos. Nacieron en Brasil durante el siglo XX y tratan la mixtura vegetal como sacramento, envolviendo la experiencia en ritos, ceremonias y cánticos extáticos. Todo está correcto. Un poco a la izquierda de las relativamente nuevas religiones ayahuasqueras se ve un puñado de esforzados científicos trabajando desde los años 1990 para conocer el efecto y el secreto material de la ayahuasca. Por el rincón de la derecha, con un diente de oro y cada vez con más frecuencia, aparecen visionarios Quijotescos que, entre estupideces y caradura, han tejido por internet una red para atrapar Sancho-Panzas a quienes venden —por cierto, carísimas— sus sesiones de ayahuasca, anunciándolas como el remedio universal contra los molinos de viento. O sea, para tratar todo mal humano sin mayor esfuerzo.
Un poco más lejos, pero en la misma calle del viejo barrio, está la policía cumpliendo órdenes, empeñada en no dejar en paz a nadie que busque la experiencia extática importando el famoso jarabe amazónico, a pesar de que, según las leyes vigentes en España (y en Ecuador, Perú, Brasil, Colombia, Uruguay…) este líquido oscuro no atenta contra la salud pública. No obstante, han dado algún susto a desprevenidos importadores de la mixtura.
También hay quien, con preocupación y hasta con cierto abatimiento, trata de poner orden en el nuevo uso occidental de esta maravillosa y milenaria puerta a la trascendencia. De la misma manera que puede ser —y es— una medicina para el alma de la que tanta necesidad tenemos en Occidente, puede ser —y es— un nuevo portal a la estafa y a la pirotecnia espiritual, aunque en su origen sea algo sagrado, serio y hasta limpio de intención —en la mayoría de los casos, aunque no siempre. Este bienintencionado grupo se preocupa para que la mixtura se use bien, y no se genere una imagen errónea de ‘droga mala’ referida a este enteógeno tradicional, ingerido desde hace siglos entre bejucos selváticos.
Y así es como se resume la situación actual. Por lo menos en España, hay un grupo de buscadores de la experiencia con ayahuasca casi en cada esquina. Esto tiene una parte buenísima y otra no tanto ya que, como es bien sabido, donde hay oro real en seguida aparecen las falsificaciones. Sobre la parte buena he escrito y hablado numerosas veces; sobre el mundo de las sanguijuelas asociadas a la ayahuasca nunca lo había hecho, y es igualmente necesario. Por ejemplo, pocas veces se valora con sensatez y conocimiento de causa quién es realmente la persona que lleva la experiencia y cómo se desenvuelve. Conducir una sesión grupal o una sesión de terapia con ayahuasca no es un tema de toda o nada, sino que se puede llevar de forma excelente, regular, mal, estúpida y hasta peligrosa.
Sin pretender tener la verdad —¡ay! ese término tan traidor que todo el mundo quiere para sí—, os invito a hacer un recorrido rápido por la historia reciente de la ayahuasca en Occidente y al final indicaré los factores a tener en cuenta para evaluar la calidad y seguridad del guía de la sesión.
2.
Mientras la ayahuasca, yagé, natemª, Santo Daime o hananeroca —éstas son algunas de las numerosas denominaciones vernáculas con que se conoce la mixtura vegetal— era cocinada y administrada por el chamán local de cada comunidad indígena amazónica, o por el líder espiritual del poblado de colonos, no había mayor problema. Entre los chamanes tradicionales y en los poblados de colonos, había y hay individuos preparados, responsables, con experiencia en restablecer la armonía del mundo y del alma desde un estado expandido de la consciencia; individuos cuya misión en la vida es estar al servicio de los demás ayudando a mantener un orden útil y elevado. También hay, naturalmente, chamanes mentirosos, falsos, caraduras y hasta peligrosos, pero como suele suceder en todas las pequeñas comunidades, todo el mundo se conoce, no habiendo posibilidad de engañar a nadie que tenga un mínimo de sentido común. Y si uno se deja engañar, es que es zoquete y así despabila.
Por otro lado, como entre los pueblos amazónicos no había ni hay acumulación de riqueza, no es posible “pagar el mejor chamán por caro que sea”, como sucede con un buen médico o un buen consejero personal. La persona que necesita ayuda del chamán de la comunidad simplemente se lo pide, y éste se le da —o no se la da. Lo que define la dimensión social de los chamanismos, es que se basan en una relación de ayuda, y si el chamán solicita algo a cambio de su servicio —una gallina, una tela o unos tablones de madera— cualquiera lo tiene y puede dárselo a cambio del esfuerzo del brujo para recuperar la armonía y la salud perdidas. Los chamanes amazónicos —generalizando mucho— suelen pedir algo a cambio de su servicio, y el argumento para ello no es que sanen al paciente con sus conocimientos sino que, como dicen: “debo sufrir tomando ayahuasca, con el mal sabor que tiene, y vomitaré y estaré sin dormir una noche, dame algo a cambio”. Parece justo.
Pero resulta que como todos se conocen, también el chamán conoce la vida de sus congéneres más o menos al dedillo y en cada caso concreto decide si hacer algo o no para ayudar a otra persona, no es una cuestión mercantil como entre nosotros.
Aquellas sociedades indígenas de la alta y baja Amazonía, aunque sufrían vendettas y peleas constantes entre ellas —nada de una vida romántica en el campo—, estaban razonablemente equilibradas por sus tradiciones desde hacía milenios, la gente vivía de manera sencilla y armoniosa con su entorno y de los recursos que sacan o sacaban de él, hasta que… ¡Zasca! Llegó el grandioso, expansivo, mentiroso, tecnócrata, codicioso y ruidoso hombre blanco, seguido, naturalmente, de la mujer blanca (y por ahora, dejo de lado los adjetivos referidos a ella). En el plazo de unos pocos siglos, incluso de décadas, los blancos fueron robando y asimilando todo lo que pudieron extraer de los aborígenes: desde el oro hasta las tierras, desde la madera y el caucho hasta sus recursos extatogénicos y sus medicinas naturales, y entre ellas la ayahuasca. Hubo cosas que el hombre blanco también quitó a los indígenas y que —muy desgraciadamente— no nos han servido para nada. Me refiero a cosas como la verdadera libertad de acción y de movimiento, las visiones sagradas, la vida sin prisas, la conexión con la Unidad de todos los seres, la risa permanente, la espontaneidad y la fraternidad con la vida natural.
3.
Desde finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX, la ayahuasca fue exclusivamente objeto de estudio de investigadores etnobotánicos y psiconautas pioneros de primera línea, personas que solían buscar, reconocer, respetar y valorar la sabiduría indígena (como R. Spruce, R. Evans-Schultes, W. Burroughs o A. Ginsberg). A lo largo de la segunda mitad del siglo XX se fueron sumando al estudio y experiencia de la ayahuasca otros investigadores (J. Ott, G. Reichel-Dolmatoff, L.E. Luna o el mismo autor de este artículo): la familia aumentaba y estaba cada día más contenta.
Por otro lado, lenta y prudentemente iba asomando en el escenario europeo la simpática nariz de los sincretismos religiosos de origen brasileño que toman la mixtura dentro de un marco claramente confesional, devocional y espiritual, como el Santo Daime y la UDV. Un poco más tarde empezaron a viajar a Occidente algunos chamanes, al principio tímidamente y siempre invitados por un audaz europeo o norteamericano que quería compartir la experiencia de la ayahuasca con los suyos, o que quería hacer un buen negocio vendiendo las sesiones de jarabe dirigidas por “¡un auténtico chamán amazónico!” a 300 € o más, a la vez que al ingenuo indígena —que además corría con el riesgo de transportar la mixtura desde la Amazonía— le daba una mínima parte de la recaudación —algo que dura hasta hoy día.
En tres décadas, el temor inicial de los indígenas amazónicos a viajar a Occidente se fue convirtiendo en seguridad y hasta en moda, y los seguidores de sus sesiones creció en número. A la vez, se organizaron y crearon nuevas iglesias hasta agrupar miles de practicantes que consumen ayahuasca de forma definitivamente religiosa y respetuosa.
Los chamanes más avispados —y algunos indígenas que no son chamanes pero que también son avispados— fueron yendo más y más veces a la vieja Europa y a los EEUU, ahora ya sin necesitar una invitación, hasta crear un mercado de buscadores de experiencias internas a quienes ofrecer sus sesiones de ayahuasca al estilo exótico. A veces, resulta un tanto extraño verlos con su atuendo de plumas de papagayo en la cabeza y sonajeros atados a los tobillos, cantando en sus lenguas vernáculas que nadie más entiende, medio escondidos en malolientes garajes de gran ciudad donde no es fácil mantener la enorme dignidad que ostentan en su tradicional medio selvático.
Por otro lado, unos pocos occidentales, muy pocos, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, viajaron hasta la Amazonía y de la severa mano de la vieja tradición selvática, aprendieron a preparar y usar la ayahuasca, entendieron la función de cada uno de los ingredientes de la experiencia —desde la preparación de la mixtura hasta los cánticos—, regresaron a su cultura de origen y desarrollaron formas de usarla en Occidente, formas comprensibles para los occidentales, generando, literalmente, nuevos estilos de consumo y nuevas aplicaciones de la ayahuasca entendida ahora como medicina para la neurosis, antidepresivo, recurso para encontrar sentido a la vida y tomar decisiones, cultivar el mundo interno de las personas, experimentar la trascendencia y tener más ganas de vivir. Palabra que no exagero.
Este es el panorama que ha surgido a raíz de la internacionalización de la ayahuasca. En él encontramos que la mixtura respetada y tenida por recurso sagrado en su origen, ha sido convertida por nuestra cultura en un producto exótico más para ser consumido en el mercado de las experiencias —puntualizo que en algunos casos, no en todos.
Bien, ahora llega la pregunta que me propongo responder en este escrito: al margen de los límites impuestos por la legalidad vigente y cambiante en cada país ¿Cuál sería la forma correcta de establecer en Occidente unos principios y una regulación sensata referida a plantas y mixturas enteógenas y sagradas como la ayahuasca? ¿Quién puede y debe otorgar la conformidad para que dicho enteógeno sea usado con sabiduría y respeto en bien de todos? Teniendo en cuenta que estamos hablando del mundo de lo inefable, los títulos universitarios no cuentan para mucho; entonces ¿Debemos tenerlos en cuenta? Y si es que no ¿Qué tipo de preparación debe tener una persona para dirigir experiencias grupales con el jarabe amazónico sin que sea una amenaza para los asistentes? Incluso cabe preguntarse: ¿Es necesario regularlo de alguna manera o permitimos que los Quijotes mentirosos y codiciosos puedan acceder a la distribución de la ayahuasca de la misma manera que el comprometido seguidor de una religión mistérica, un terapeuta sensato o un científico respetuoso?
4.
En este escrito me propongo la poco recomendable y nada amistosa tarea de ofrecer un esbozo realista para encaminar esta situación. En el fondo, se trata del eterno problema humano que resumo así: ¿quién juzga a los juzgadores? ¿Quién enseña a los enseñantes? ¿Quién guía a los guías?
No soy nadie para juzgar la manera de actuar de otros, pero siento que la necesidad de hablar de ello está flotando dentro de mí y a mi alrededor y, como solemos decir, parece que nadie se atreve a poner el cascabel al gato. Así pues, a partir de mi larga experiencia me atrevo a ofrecer —lejos de tratar de imponer— mis criterios sobre quién puede o no dirigir una sesión grupal de ayahuasca.
Creo que casi todas las personas interesadas en el buen uso de la ayahuasca —repito, en el buen uso, no en el negocio sin escrúpulos— tenemos interés en aunarnos más allá de las diferencias, en sumar esfuerzos en lugar de pelearnos, en aprender unos de otros en lugar de criticar, y en ayudarnos en lugar de poner palos en la rueda de otro. Somos conscientes que los enteógenos mal tomados son abono para el narcisismo, más todo lo que de nefasto deriva de este mal de nuestro tiempo como lo llamó A. Lowen (¿Sabes algo interesante? Los términos ‘narcótico’ y ‘narcisismo’ provienen de la misma raíz griega, ‘narkós’). Somos conscientes de que hemos de esforzarnos por agruparnos, agregar y confraternizar. Bien, hasta aquí bien. Ahora veamos la otra asa del cántaro, la mala: ¿Qué hacer con las personas que, por decirlo con educación, han quedado atrapadas en su egocentrismo y en su narcisismo, que convierten las sesiones de la sagrada mixtura en su rentable negocio personal más allá de toda legitimidad, que explotan la situación de falta de regulación sin la menor ética, que son una amenaza para los pobres diablos que caen en sus redes y para los demás que tratan de hacer las cosas bien hechas? De nuevo lo aclaro: no soy la espada de San Gabriel, el guardián que vigila la entrada al Edén, ni soy San Gabriel mismo, ni soy ningún santo. Es por propio interés que me ocupo y me preocupo por mantener limpia una vía de acceso a lo inefable de donde surge el sentido de la vida y de donde brota la experiencia de la trascendencia que tantos anhelamos.
El primer factor a tener en cuenta para decidir quién está capacitado para llevar sesiones de grupo con ayahuasca es la Calidad Humana de la persona. Nadie puede conducir a otros a través de la dimensión de lo inefable, de lo sagrado, de lo numinoso si él o ella mismo no la conoce con seguridad. Y para ello, aunque pueda parecer un tanto naif, es imprescindible ser una persona honesta, una buena persona además de astuta e inteligente. El consumo de ayahuasca, por sí mismo, no hace a las personas buenas: esto es una idea infantil y demostradamente falsa, por mucho que algunos psicoterapeutas lo prediquen —supongo que para descargarse de su responsabilidad profesional. La realidad actúa al revés y, como decía G. Gurdjieff: muéstrale sus defectos a una persona honesta y se pondrá a trabajar para mejorar; muéstraselos a un individuo malo y al día siguiente los habrá doblado. Personalmente he sido testigo de esta dinámica en más de una ocasión.
Sí, sé que hablar de calidad humana como factor determinante es como querer ver el color del aire. “Calidad” es un concepto paradigmático e indefinible. Si buscáis en un diccionario general dice algo así: “la ‘calidad’ es lo que determina la naturaleza de una persona, objeto o tiempo”. De acuerdo, pero si buscáis el revés —“¿Qué es lo que determina la naturaleza de una persona o cosa?”— la respuesta es: “su calidad”. Si buscáis en diccionarios de ética, de psicología (Dios me guarde), en manuales de educación o hasta en textos del Fondo Monetario Internacional (no es broma), encontraréis otras definiciones que no aclaran nada.
Espero que lo entendáis en su justo sentido: tener calidad humana, en el sentido de ser una persona honesta, íntegra y honorable, es el primer factor que necesita tener un guía de sesiones de ayahuasca, además de los conocimientos técnicos propios del tema. Con ello, lo siento pero ya hay un considerable porcentaje de los actuales guías que queda descartado de un plumazo.
La siguiente pregunta que se abre paso. De acuerdo, entonces ¿Quién decide o evalúa quién es una buena persona? Para los creyentes, tal vez sea el mandato o las leyes divinas, y respetarlas es indicador de bondad. Para los no creyentes, es la propia sociedad según sus valores culturales la que evalúa la bondad, honestidad e integridad de cada persona. ¿Es así? No. Esto es cierto y mentira a la vez. Sabemos que la sociedad, a menudo, se comporta como una masa descerebrada votando a políticos abiertamente corruptos e ineptos, o que apoya cosas que la conducen a su propio final o a la esclavitud, como es el consumismo actual. Por tanto, la valoración indiscriminada de bondad o de maldad sobre alguien por parte de la masa social tampoco es una balanza ecuánime, especialmente si la valoración se esconde tras el anonimato. Esto cambia relativamente cuando se trata de pequeños grupos humanos donde todos se conocen, como es el caso de las comunidades étnicas de la Amazonía.
Así, por ejemplo, hay numerosos escritos firmados con nombres y apellidos que defienden a los seguidores del sincretismo religioso conocido como Santo Daime, y a la UDV, hablando del bien social que hacen en la Amazonía y en sus poblados brasileños donde no se da la plaga del alcoholismo, de su actitud tranquila, no comercial, discreta, correcta y no invasiva.
Volviendo al principio, no sería descabellado apoyar la existencia de un colectivo de personas de buena voluntad, expertas y honestas, sin intereses económicos y con el apoyo de la comunidad formada por los usuarios más interesados en la ayahuasca. Este colectivo sería el responsable de dictaminar quién tiene calidad humana y conocimientos técnicos suficientes como para dirigir —con excelencia— sesiones grupales de ayahuasca. Es una buena idea, sería como el poblado amazónico que evalúa a cada uno de sus chamanes con conocimiento de causa.
Pues resulta que este colectivo ya existe y está organizado en forma de una asociación denominada “Plantaforma para la defensa de la ayahuasca” (www.plantaforma.org). Uno puede estar de acuerdo o no con su manera de navegar, pero se creó tras numerosas reuniones y el esfuerzo de diversos individuos y colectivos. Personalmente, no estoy del todo de acuerdo en su funcionamiento —sin desmerecer sus valores, me parece un tanto pasivo y con excesivos personalismos—, pero ahí está la Plantaforma, es todo lo que hay, no es malo y lo defiendo para poder construir.
Esta pequeña asociación es un botón de muestra de la sociedad de interesados en la ayahuasca, colectivo en el que casi todos nos conocemos y que podría actuar como órgano consultivo de cara a las autoridades y personas cautivadas por el universo de la mixtura amazónica.
Más allá de esta plataforma y de mi defensa de ella, ¿Cómo refrendar en nuestra sociedad a los guías de viajes por la Vía Láctea? ¿Por qué es tan complejo y delicado? Somos peces que vivimos dentro del agua, y el pez es el último en darse cuenta de ello. Nuestro patrón cultural es materialista hasta lo patológico. De ahí que nuestra vida material está regulada y legislada hasta el milímetro, pero la dimensión espiritual no existe. La espiritualidad —no la religiosidad— flota dentro de una nube oscura, desconocida y no delimitada que a veces se llama inconsciente, a veces vida interior, misticismo, sensibilidad, altruismo, nueva era, esoterismo y, hasta a veces, dulzura. Vaya.
Los efectos de la ayahuasca —así como la verdadera naturaleza de los chamanismos tradicionales— escapa a toda definición realizada desde el campo del materialismo y sus leyes. Éste es el problema. Una sociedad neuróticamente positivista como la nuestra, que hasta pretende cuantificar la psique, las emociones, el amor y el universo inefable que albergamos, lo tiene muy difícil para regular la dimensión esencialista del mundo. Los chamanes y la ayahuasca nos desvelan una realidad esencialista, no morfológica como busca el materialismo. En Occidente no contemplamos la espiritualidad como una dimensión de la realidad humana, y así nos va: neuróticos, depresivos, autómatas o psicóticos. Y no se puede regular algo de lo cual no se acepta la existencia.
No olvidemos que a los chamanes amazónicos, cuando no actúan para bien de todos, se les rebana la cabeza. Palabra de antropólogo. Entre los shuar de la alta Amazonía ecuatoriana, por ejemplo, mueren más chamanes a manos de sus propios congéneres que de plácida muerte natural. Está claramente regulado lo que deben y pueden hacer en el mundo del imaginario, y lo que no (no quiero decir que también aquí debamos cortar la cabeza a los estafadores que organizan sesiones, pero ganas no me faltan).
Los pueblos en los que la mixtura extática forma parte de sus tradiciones ancestrales, han desarrollado un método veraz para reconocer la autoridad intrínseca de un chamán, de un guía espiritual o de un piloto de sesiones grupales —a veces es el padre de familia. Reconocen la autoridad del guía por medio del Conocimiento. La gente sabe reconocer quién es depositario de la sabiduría ancestral, quién la usa para bien de todos, quién es honesto, quién tiene poder, carisma y autocontrol personal, y quién es un pobre diablo que pretende parecer lo que no es ni tiene. El Conocimiento era la clave entonces y lo es hoy, tanto allí como aquí. No confundáis “conocimiento” con “información”. Actualmente hay mucha información, hasta el absurdo, pero poco conocimiento —y menos aun sabiduría derivada del conocimiento.
5.
Bien, ya tenemos una clave fundamental para reconocer a un potencial buen guía de sesiones grupales de ayahuasca: su integridad, calidad humana y el Conocimiento que maneja como salvoconducto para merecer nuestra confianza. La siguiente pregunta que probablemente os formularéis al visitar la vieja calle de los ayahuasqueros es esta: en una tribu amazónica donde todos se conocen no hay posible engaño, pero dado que vivimos en un océano de anonimato ¿Cómo distinguir una persona de conocimiento de un mero charlatán? —o de un mero a secas.
El conocimiento no surge por ciencia infusa en el cerebelo de los sabios, sino que es el resultado de mucho trabajo, paciencia y constancia, de sensibilidad y también de acumulación de información bien digerida. En este sentido, creo que las personas que se atreven a llevar sesiones de grupo deben estar, de entrada, legitimadas por alguna tradición reconocida o por alguna religión ayahuasquera organizada, además de por su propia experiencia personal, dotes artísticas, intelectuales y, repito, por su integridad y calidad humana.
Desde aquí puedo escuchar algún comentario disconforme con lo que acabo de decir. Pues tenéis razón, no hay una sola calidad humana pero todas las personas que la han conseguido se reconocen entre ellas como ‘personas de calidad’. Es hermoso. A un melómano puede no gustarle el estilo guitarrístico de Eric Clapton, o puede no gustarle las sonatas del austríaco Franz P. Schubert (de finales del siglo XVIII), pero si realmente es un melómano no suele tener problemas en reconocer que Clapton es un guitarrista genial y el más sensible de los de su época, y que la música de Schubert es de primera división.
Las personas de calidad se descubren entre ellas, y lo mismo sucede entre los usuarios de ayahuasca. Los iguales se atraen y se encuentran. Las personas que hacen un uso correcto y honesto del enteógeno, pueden no coincidir en las maneras preferidas de consumo, pero se reconocen en un camino honesto y confían entre ellas. Personalmente, no soy daimista, pero he participado en numeras sesiones —o Trabajos, como lo llaman ellos— de Santo Daime y lo agradezco, soy amigo personal del Padrino Alfredo, máximo guía espiritual de este sincretismo internacionalizado, y puedo dar fe de su honestidad así como de la honestidad de la cúpula de esta iglesia (al margen que pueda haber algún forcejeo interno y de que haya algún nuevo seguidor que comercializa la sagrada mixtura amparado bajo la bandera bondadosa de la religión. ¡Todos somos humanos, por Dios!)
6.
La ayahuasca, como cualquier otro enteógeno, no funciona con las burdas leyes mecánicas de la mayoría de nuestros medicamentos convencionales: “Hay que tomar tantos gramos de principio activo por quilo de peso del paciente, cada tantas horas”. No. El efecto de los enteógenos está en relación a la sensibilidad farmacológica y psicológica de cada individuo. Así pues, si bien no es necesario que un médico haya sufrido úlceras en su pobre estómago para ser un buen especialista en el aparato digestivo, sí es imprescindible que un guía de sesiones grupales de ayahuasca tenga una larga experiencia personal. En el mundo de lo inefable no todo vale y nadie puede acompañar a otros más allá del territorio que conoce por experiencia.
Para acabar, os haré un resumen de las mínimas condiciones que debe reunir una persona que se lance a jugar con su bendita locura y con la de los demás. Es decir, que se atreva a dirigir sesiones grupales de ayahuasca.
- Debe pertenecer a una línea de iniciación reconocida y estar autorizado por esta línea iniciática, además de tener un camino personal claro y limpio, de tener los conocimientos técnicos necesarios, de gozar de una larga experiencia y de una salud mental e integridad ética a prueba de bombas.
- Una condición para ser un buen guía es la de someterse a cierta supervisión de su labor por parte de otros especialistas, guías o chamanes.
- Debe reconocer y aceptar un código ético, haciéndolo explícito a los asistentes. Uno de los logros de la Plantaforma mencionada en líneas anteriores es haber consensuado un código que acatan todas las personas serias que, en España, dirigen estos vuelos interiores. Os recomiendo que lo leáis con detalle, fue aprobado el 23 de noviembre de 2009 y está disponible en su web (ver al final).
- Hay que explicar siempre los objetivos y la duración previsible de cada sesión antes de empezar, no mentir a los asistentes ni obligarlos a realizar actividades que van contra las mínimas normas éticas. Por ejemplo, no es ético hacerlos desnudar con el estúpido motivo de someterlos a una terapia sexual —al margen que esto es confundir un problema psicológico relacionado con la sexualidad con lo que puede ser una simple inhibición cultural. También es inaceptable que el guía aproveche su papel y el estado de apertura emocional que propulsa la ayahuasca para mantener relaciones sexuales con participantes, para chupar protagonismo —ya he hablado del estéril narcisismo que alimentan los enteógenos—, y que trate de influenciar hablando de temas ajenos a la propia sesión (económicos, políticos, doctrinales, familiares, etc.).
- El guía debe prohibir participar en la sesión a personas con trastornos psiquiátricos u otros problemas de salud, recordando que la ayahuasca puede ser experimentada como medicina del alma pero que no es un remedio universal —por la simple razón de que este remedio no existe— y que su uso requiere de ciertas precauciones, evitando en sí mismo el tan extendido como nefasto paternalismo.
- Por tanto, también queda excluido de recibir la garantía de calidad e integridad todo individuo que especula mercantilmente con la ayahuasca cobrando precios exorbitados —aunque haya estúpidos incautos o desesperados que lo paguen—, algunos seguidores de religiones daimistas (ayahuasqueras) que, amparados bajo la bandera de la religión, venden botellas de daime a todo bicho viviente, y también queda excluido todo aquel que se atreve a ejercer de psicoterapeuta-chamán-gurú sin tener de ello más que su fantasía infantil y tal vez un puñado de Sancho-panzas que la hacen de coro.
Para acabar, os animo a denunciar públicamente las malas prácticas de las que podáis ser testigo, con nombres y fechas —ojalá que no paséis por ello. Así, antes de lanzaros a lo desconocido podéis visitar las webs que indico al final o similares. También hay un c/e al que mandar información si os topáis con alguna sanguijuela: conoci.a.varela@hushmail.com.
Los que estáis interesados en la experiencia de lo inefable a través de esta maravillosa herramienta que es la ayahuasca, buscad con tesón y esperanza. Debéis aceptar que todo lo bueno y permanente —como el amor, la paz interior y la calidad humana— exige esfuerzo y tiempo, mucho tiempo. No esperéis encontrar anuncios fiables de sesiones trascendentes por internet y con letras fosforescentes. Desconfiad de ellos. Cada realidad tiene su vía y estilo de difusión, y la calidad humana siempre es serena, segura de sí misma y discreta. Hay una tradición milenaria en el Próximo Oriente que afirma que el Conocimiento trascendente tiene vida y voluntad propias, que es él quien decide a quién, dónde, cómo y cuándo presentarse para mantenerse vivo e ir saltando de generación en generación.
Si no sabes dónde buscar la experiencia con ayahuasca no te lances a lo primero, simplemente pregunta con honestidad, con esfuerzo persistente y no te dejes atrapar por los traidores brillos de los anuncios ni por fantasiosas promesas incumplibles. No te entregues a nadie que no te despierte total confianza. Ah, y no confundas la ayahuasca con un producto de consumo más. Es otra cosa, te lo aseguro.
También te animo a compartir tus buenas experiencias —por favor, que tengan algo más de valor que meras batallitas personales, de éstas podemos contar todos; por ejemplo, ¿te has curado de algún trastorno diagnosticado y lo atribuyes, o crees que te ha ayudado, al jarabe?
No quiero animar a nadie a tomar nada, pero si buscas desde el corazón encontrarás la manera, la persona, el lugar y el momento de calidad. Así que sin más, te deseo suerte si este es tu anhelo.
—J.MªF., 14 de enero, 2016—
Webs donde obtener información interesante referida a la ayahuasca (hay muchas, estas son algunas de las más próximas):
—www.ayahuasca.com
—www.iceers.org
Webs donde obtener información de malas prácticas referidas a la ayahuasca (visítalas antes de lanzarte a lo desconocido):
—www.plantaforma.org/wp/wp-content/uploads/20150728_Pronunciamiento_Taita_Querubin_Queta.pdf
—http://albertovarelayyo.blogspot.com/2015/12/testimonio-2-una-paciente-de-alberto.html