CONSTRUIRSE y CREAR EL PROPIO DESTINO
Dr. Josep Mª Fericgla
Societat d’Etnopsicologia Aplicada — Fundació J.Mª Fericgla
Campus Can Benet Vives
I.
En el mundo actual, si hay algo difícil, abstracto y lejano donde quiera que uno mire y aplicable a cualquier persona, es nada más y nada menos que convertirse en uno mismo o en una misma. ¿Por qué queda tan lejos de nuestras posibilidades ser uno lo que es realmente? La respuesta es simple: porque la vida adulta depende en muy buena parte de la educación recibida, y resulta que hacerse cargo de la propia vida nunca —o, vamos de decir, casi nunca— es el resultado natural de la educación recibida. Ninguna sociedad educa a los niños y niñas para que sean ellos mismos, sino que somos educados para lo contrario: para reproducir la sociedad en que nacemos.
Es un caso excepcional el de los padres que educan e incitan a sus hijos para que escojan su propio modelo de vida y su propio camino hacia el éxito. Personalmente, no conozco ninguno (sí, desde aquí puedo oír los comentarios molestos, pomposos y hasta pedantes de los padres y madres de las llamadas ‘escuelas libres’). Lo habitual es que los progenitores impongan su mundo y sus valores a los hijos y que les animen a conseguir aquello en lo que ellos y ellas han fracasado. Por su lado, la orientación escolar y universitaria es desastrosa en todas partes —bueno, en casi todas—, no contribuyendo lo más mínimo en despertar el genio, el don personal y el ser que dormita en cada uno.
En términos generales, es necesario que ocurra lo que llamamos el Acontecimiento que despierte al sujeto. El Acontecimiento puede tratarse de un doloroso shock emocional, de una experiencia cercana a la muerte, de un proceso de maduración lenta, de un consejo justo dado en el instante adecuado por la persona precisa, puede ser resultado de una presión insoportable o de un estado de pobreza extrema, de una situación que lo obliga a uno a reconocer que vive dormido, a coger la riendas y responsabilizarse realmente de su propia vida. El Acontecimiento también puede ser el encuentro con un Maestro espiritual o un encuentro con el Otro, ya que el reflejo en el y del Otro a menudo es la condición imprescindible para convertirse uno en sí mismo.
No obstante y en términos generales, el Acontecimiento no es suficiente para despertar y convertirse uno en sí mismo. Hay que vivir un periodo de aislamiento, por lo menos de aislamiento mental. Es necesaria una fase de silencio, de concentración y de meditación. Este periodo de aislamiento tras el Acontecimiento es especialmente imprescindible para aquellas personas que no tienen tan clara la necesidad de convertirse en uno mismo, de despertar. Es una pausa en la vida cotidiana y mecánica para observarse.
Durante esta etapa de pausa y silencio para observarse, es necesario disponer de un camino a seguir, de una brújula y un mapa para no perderse por el desierto que se abre ante la persona. Hay numerosos caminos por ese espacio eternamente abierto pero, como suele suceder, muy pocos conducen a buen puerto.
Nuestro camino, que es bueno, experimentado durante milenios y útil, puede ser dividido en cinco etapas que, en cierta forma, son un resumen y adaptación actual de lo que escribió Epicteto, nacido en Hierápolis, la actual Turquía, hace dos mil años.
1) La primera etapa para tomar consciencia de los automatismos y de la propia alienación consiste en observar, comprender y aceptar las restricciones inherentes a la vida humana, restricciones que viene dadas por las circunstancias en que nacemos y por las demás personas que rodean nuestro camino, factores éstos que no escogemos.
2) La segunda etapa del camino hacia el objetivo de Ser uno mismo, consiste en respetarse y hacerse respetar. Uno debe darse cuenta que tiene ciertos derechos naturales como, por ejemplo, el derecho a una vida buena, a gozar de la belleza, del bienestar y del amor, y que eso depende de uno mismo, no de las circunstancias que lo rodean.
3) La tercera condición es aceptar la soledad, no esperar nada de los demás incluyendo a las personas que amamos y a las que nos aman. Hay que sostener la soledad del pequeño ego para poder pasar por la puerta que nos abre a la grandiosidad de ser uno mismo. Y, gracias a las dos etapas anteriores del camino, hay que aprender a vivir la soledad como lo que es: una fuente de felicidad, no de sufrimiento.
4) Cada uno debe tomar consciencia de que la vida —su vida— es única, que cada persona nace con unos dones peculiares y que nadie está condenado a la mediocridad. Cada uno, insisto, debe comprender y asumir que, a lo largo de la vida, incluso es posible desarrollar más de uno de los dones con los que nacemos.
5) Cuando se cumplen las pautas anteriores, por fin, uno se halla en condiciones de encontrarse a sí mismo, de dejar de ser alguien del accidente y empezar ser una persona de destino, de escoger su propia vida.
Este camino puede y debe ser revisado varias veces a lo largo de la vida, y puede ser recorrido en unas horas o en varios años. Al terminar cada vez el recorrido, uno debe sentirse claramente desidentificado o desapegado de la etapa que acaba. Y esta desidentificación de las rutinas anteriores es parte de la sensación de claridad interior que acompaña cada toma de consciencia, cada paso hacia uno mismo.
Naturalmente, sería ideal que esta reflexión se llevara a cabo desde la infancia para ir preparando el camino de la vida, aunque como se suele decir, mejor empezar ahora que nunca ya que aun no es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para ser uno mismo. La revisión debe realizarse unas cuantas veces a lo largo del camino que es la vida, a intervalos regulares y, desde luego, siempre que los acontecimientos pidan elegir una nueva dirección.
II.
Primer peldaño
TOMAR CONSCIENCIA DE LOS PROPIOS AUTOMATISMOS Y DE LA ALIENACIÓN
La primera etapa del camino para abandonar las filas de la gente del accidente y convertirse en alguien con destino, en alguien que se esfuerza para convertirse en uno mismo, es tomar consciencia de la vida mecánica que llevamos, tomar consciencia de la propia alienación y de los límites dentro de los que puedo moverme.
Al margen de las creencias religiosas individuales, toda persona debe experimentar en cada una de sus células la soledad y la brevedad de la vida en la tierra. Cada uno ha de comprender y asumir su precariedad e impermanencia. ¿Cómo hacerlo? Os ofrezco un ejercicio que puede resultar útil.
Cierra los ojos y visualiza cada minuto de tu vida pasada y de tu vida futura como si fuera un grano de arena que va cayendo inexorable en la parte inferior de un reloj de arena. El montoncito de arena que va creciendo en la ampolla inferior transparente del reloj es el tiempo que ya has vivido. Incluso puedes intentar asociar mentalmente cada grano que va cayendo a un acontecimiento concreto de tu vida pasada. En referencia a lo que está por llegar no puedes distinguir los granos de arena que lo simbolizan: sólo puedes ver lo que está cayendo en cada momento. Cada grano de arena que cae es un instante, es justo el instante que estás viviendo ahora, mientras lees esto, y piensa que quizás sea el último grano. Nadie, excepto el Creador, sabe cuánta arena queda por caer porque… la ampolla superior del reloj es opaca.
El siguiente paso del camino es reconocer que, al igual que el resto de seres humanos, ni tú ni nadie escoge —por lo menos conscientemente— ni la fecha ni el lugar de nacimiento, ni tampoco el nivel social o el contexto cultural en que se va a educar. Por tanto, no hay motivo ni para maldecirlo ni para sentirse orgulloso de ello. Se trata de un simple dato que, en el fondo, no es más que una constricción que nos limita la libertad.
Llegados a este punto, es el momento de tener el valor para formularse algunas preguntas en las que es difícil mentirse a uno mismo. Preguntas que no solemos hacernos y que la mayoría de la gente no es ni capaz de leer: ¿Soy adicto o adicta a la comida, a la bebida o a alguna droga? ¿Soy adicto a alguna ideología, religión o forma de pensamiento? ¿Soy capaz de librarme de ellas cuando quiero, o estoy completamente atrapado y dependiente de ellas? ¿Qué he estado haciendo con mi vida hasta el día de hoy? ¿He escogido libremente y con valentía los criterios para construir mi vida? ¿El lugar donde vivo? ¿Mi profesión o estudios? ¿Mi pareja? ¿Mis hijos? ¿Realmente he tratado de descubrir mis dones o talentos, y de usarlos? ¿De qué penas estoy hecho? ¿Qué alegrías llenan mi vida? ¿Estoy verdaderamente limitado por mis recursos materiales o es por mi pereza y autocomplacencia? ¿Soy una víctima accidental de las desgracias que me han ocurrido, o las he provocado yo? ¿Estoy condenado a la mediocridad y a vivir una vida accidental? ¿A una vida casi igual a la del resto de la masa social? ¿Estoy resignado o resignada a ello? ¿Estoy satisfecho con estarlo? ¿Y si lo que considero que soy actualmente, así como mi importante proyecto de vida, no son más que una mentira que me cuento a mí mismo para tranquilizarme ante el paso inexorable y vacío de mi existencia?
La mayoría de los pobres humanos hacen lo que sea con tal de no contestar estas preguntas. La mayoría de las sociedades hacen lo posible para que sus miembros no se las formulen jamás, incluso exhortándolos a no hacerlo, como vemos en la actualidad en España, Alemania, Francia, EEUU y en todos los demás países donde se rehúye todo lo que implique llegar a ser uno mismo, todo lo que implique dejar de cumplir con las estadísticas.
Para responder a estas y otras peguntas similares es necesario tener la valentía de confrontarse uno con su propia historia personal, con la de sus progenitores y ancestros, con la cultura heredada, incluso, a veces, con los secretos familiares. Para crecer libres, los hijos deben recordar lo que los padres quieren olvidar.
Finalmente, para aplicar las anteriores cinco pautas es necesario parar con frecuencia a lo largo del día, acordarse uno de sí mismo y pasar revista a lo que está haciendo. Revisar los propósitos que le mueven a la acción, revisar el objetivo de la acción y descubrir cuáles de tales propósitos son realmente libres y elegidos, y cuáles forman parte de la mecanicidad que rige la casi totalidad de la existencia de las personas. Hay que plantearse ¿qué haría en este momento si fuese libre y no tuviera miedo?
Esta primera etapa para llegar a ser uno mismo no implica someterse a un psicoanálisis duradero: no confundamos, el pasado no es una enfermedad de la que haya que curarse. Así que este periodo preferiblemente debe vivirse en solitario, cara a cara con uno mismo, planteándose preguntas, aprendiendo a seguir el propio sentir y el camino interior. Para algunas personas este periodo se recorre más fácilmente si se tiene a alguien con quien hablar y que le haga a uno de espejo: una persona amada, un amigo ecuánime, un profesional o un entrenador. Y sea como sea, esta etapa ha de permitir tomar consciencia de la alienación que nos convierte en ajenos a nosotros mismos, de la dependencia que tenemos de las ideas, valores, creencias y actitudes de otros, automatismos que hemos aceptado como propios sin mayor reflexión. Nos ha de ayudar a tomar consciencia de la mecanicidad que rige la existencia de cada uno hasta que le llega el Acontecimiento y le despierta —¡y aun entonces!—, de los puntos fuertes y los puntos débiles de cada uno, y de los márgenes de libertad real que tenemos.
La consciencia real de los límites entre los que podemos construir nuestro destino, entre los que podemos ser protagonistas de nuestra vida no nos ha de empujar forzosamente a renunciar al pasado ni al legado de nuestros ancestros. Y tampoco ha de sentirse uno con la necesidad compulsiva de renunciar a todo lo que hacía durante el periodo de vida accidental. Los cambios reales son paulatinos y no se refieren tanto a lo que hacemos sino a cómo hacemos lo que hacemos: el cambio es de actitud. Y tal toma de consciencia incluso puede conducir a no responder las anteriores preguntas, e incluso a no formularse las preguntas por sentirlas demasiado insoportables y decidir quedarse en la vida del accidente, de gente resignada y mendicante.
Contrariamente, si uno o una es capaz de hacer frente a sus verdades, por muy doloroso y difícil que sea aceptarlas, esta primera etapa permite tomar consciencia del papel que cada uno juega en la alienación de otros. Cuando engendramos hijos les damos un alma y, a la vez, les damos el estatus de mortales y les alienamos, por muy buena intención que tengamos como progenitores (sí, también los de las escuelas libres). Consciente o inconscientemente, les hacemos creer que están aquí, en este mundo, para proseguir nuestra obra personal, para triunfar en lo que los padres y madres han fracasado. Participamos en la alienación de los demás cuando creemos que tienen la obligación, aunque sea un poquito, de obedecernos o de amoldarse a nuestros deseos y expectativas sobre ellos.
Cuando tomamos consciencia de nuestros límites reales, de nuestra locura y de la fantasía con que teñimos la realidad para no verla, estamos abriendo una ventana en la cárcel de la vida accidental, ventana que hace posible construir, con persistencia y esfuerzo, una lúcida consciencia de sí mismo. Cuando una persona tiene una real consciencia de sí misma, de sus límites y dones, éste mismo hecho la anima y empuja a ir más allá, le inyecta más confianza en sí misma para avanzar por el camino de la construcción de su propio destino, aceptando los límites que el Creador ha puesto a su camino personal. De esta manera acaba la primera de las cinco etapas de la autoconstrucción.
III.
Segundo peldaño
RESPETARSE Y HACERSE RESPETAR
Después de evaluar la alienación, de observar y reconocer los automatismos adquiridos que guían nuestras vidas y de tomar consciencia de la precariedad de la existencia, después de ser conscientes de dónde y cómo vivimos y de reflexionar sobre la trayectoria de cada uno, suele despertarse un deseo irresistible de caminar con más fuerza en una única dirección: confiar más en sí mismo. Dada persona ha que abrir y mantener un cauce de confianza inquebrantable en sí misma. ¿Cuál es la manera? Tomando medidas para que prevalezca el respeto hacia ti, para respetarte por encima de todo.
El término respetar y respetarse son herencia del vocablo latín respectare, que venía a significar ‘mirar hacia atrás’, ‘observar con insistencia’ o ‘tomar en gran consideración’. Todo esto es lo que significaba respectare: tener veneración hacia algo, acatarlo, tener consideración para con uno mismo, sentirse digno de la propia estima, considerar que la propia vida es valiosa, y no sólo para mí sino también para los demás. Y el respeto hacia sí mismo que implica mirar hacia atrás en la propia existencia debe entenderse como una observación, como acordarse de sí mismo, jamás como una especie de juicio o psicoanálisis a posteriori.
Así pues, tras tomar consciencia del propio cuerpo y de sus límites y capacidades, la primera medida a tomar es respetarlo, dar cuidados de calidad al propio cuerpo, rechazar con fuerza toda adicción y conducta compulsiva, no sacrificar el cuerpo por una obsesión de la mente, hacer deporte regularmente, cuidar el aspecto físico de manera que cuando uno se vea reflejado encuentre agradable su imagen: si uno mismo la encuentra agradable también lo sentirá en las miradas de los demás. ¿Y si resulta que no es esta la realidad de una persona? Hay una salida simple: esforzarse al máximo por cambiar la situación y el aspecto, y por preservar la salud. Aunque parezca una actitud egocéntrica o hipocondríaca, cuidar razonablemente de uno mismo es el primer factor de respeto hacia sí mismo.
Por otro lado, respetarse implica tener bien claros los valores y los términos de referencia que guían la vida de la persona, saber qué entiende por ‘bien’ y por ‘mal’, tener clara la jerarquía de cosas y acciones para no dudar demasiado, poder decidir sobre qué áreas y cosas está dispuesta a transigir y en cuáles no. Tener los valores claros significa distinguir claramente lo importante y lo periférico en la vida de uno y saber discriminar entre la búsqueda de una satisfacción inmediata o bien en invertir en una plenitud que se hará esperar. ¿Respetarse implica exigirlo todo, ahora y aquí? No, no es esto. Todo, ahora y aquí no puede ser, y pretenderlo es justamente no respetarse.
Si alguien no tiene claro los valores que debe respetar, sus valores, tal vez le puede ser útil este pequeño ejercicio: describe en cuatro palabras lo que sientes que debes respetar. Por ejemplo, términos como dignidad, sinceridad, solidaridad, limpieza, elegancia, amabilidad, servicio a los demás o utilidad pueden describirlo.
Respetarse a uno mismo implica tomar en serio estas palabras y lo que significan, mantener la promesa día tras día, modelar el comportamiento y las intenciones con estos valores. Significa aspirar sin descanso a la excelencia de uno mismo.
Este noble propósito —respetarse a sí mismo y hacerse respetar— nos conduce a otras exigencias no menos nobles. Por ejemplo, a no mentirse, a no regatear esfuerzos, a reflexionar y entender los propios fracasos sin culpabilizarse, a identificar y asumir la responsabilidad que uno tiene en cada momento y situación, a comprender y aceptar lo que uno puede esperar de sí y no rehuir la verdad sobre sí mismo, incluyendo sus secretos personales y vergüenzas familiares. En definitiva, respetarse significa no aceptar la perspectiva de marcharse de este mundo sin haber intentado —con todas las fuerzas— hacer aquello que uno se había prometido llevar a cabo.
El auto-respeto también conlleva disolver el odio hacia sí mismo, no despreciarse, implica pensar que —como es en realidad— por fuerza tiene que haber en el interior de uno algo que merece ser valorado. Implica tener siempre presente que nada está perdido y que nunca hay que pensar que es demasiado tarde, que uno tiene derecho —como todo ser humano— a una vida hermosa y buena, al goce y a la plenitud.
¿Hay más cosas que conlleva el acto de respetarse a uno mismo? Sí, aun hay más. Muchas más. Por ejemplo, intentar por todos los medios a tu alcance dejar de despertarte pena y de buscar consuelo, sea en ti mismo o en los demás. Implica que desarrolles el temple necesario para admitir la realidad cuando te traiga noticias desagradables o perspectivas difíciles en tu futuro. Significa estar siempre preparado para sacar lo bueno de lo malo, para convertir los problemas en oportunidades.
Respetarse a sí mismo significa confiar en uno mismo y confiar en las fuerzas superiores del destino, confiar en Dios si se es creyente.
El respeto a uno mismo es como un riachuelo que con su caudal nos lleva hasta ese lugar profundo donde reside la fuerza interior, donde hallamos la integridad y el coraje para enfrentarnos a aquello que nos atemoriza, y de donde sale la lucidez y la fuerza para vivir. Es ese rinconcito interior donde está la decisión para vivir plenamente a pesar de las vicisitudes del camino, y de caminar sin un optimismo bobo y vacío, y sin un pesimismo paralizante e inútil.
El respeto a uno mismo también tiene una cara hacia exterior. Una persona que se respeta de forma inquebrantable proyecta equilibrio en su entorno y transmite una imagen serena y positiva de sí mismo. Y eso, justo eso, es lo que hace que su alrededor lo respete. ¿Cómo esperar que los demás me respeten, si yo no me respeto a mí mismo? No se puede pedir lo que uno no se da. Y es recíproco: al sentirse respetado —porque uno empieza por respetarse con serenidad— el sujeto respeta a los demás. Uno se convierte en fuente y en espejo de respeto.
Tras una temporada practicando hasta conseguir que la actitud de respetarte y hacerte respetar se haya hecho cotidiana en ti, puedes dar por acabada la segunda fase del camino hacia la construcción de tu propio destino. Confía en ti.
IV.
Tercer peldaño
ACEPTAR LA SOLEDAD
Tras desarrollar el coraje necesario para apañártelas por tu cuenta, tras haber observado la absurda y estéril mecanicidad y alienación en tu vida, tras haber experimentado la ineludible necesidad de respetarte, llega el tercer peldaño del camino hacia el objetivo más serio de la vida humana —convertirse en uno mismo—: no esperar nada de los demás.
La soledad y la brevedad de la vida humana son los dos condiciones más difíciles de aceptar. Las personas, a duras penas podemos sustraernos al peso de la soledad, ni como individuos que pululan por la Tierra, ni como especie consciente sumergida en un universo misterioso. El núcleo de la alienación humana y de las vidas de autómata que invaden cada rincón donde hayan llegado el ser humano, se llama: miedo a la soledad. Los humanos hemos inventado innumerables mentiras y artimañas para hacernos creer a nosotros mismos que no estamos solos: religiones, partidos políticos, redes familiares, lazos sentimentales, grupos de amigos y a través de estas artimañas sociales nos cargamos de tareas, se nos inoculan deseos innecesarios y se nos proporciona ocasiones para distraernos con otra gente, se nos facilita perdernos entre muchedumbres donde nos sentimos acompañados y, sobretodo, protegidos, drogándonos con un montón de cosas y brillos que alimentan la fantasía infantil, esa fantasía de que dialogamos entre nosotros, y algunos hasta con Dios.
A pesar de todo ello, aunque uno sea creyente, aunque comparta vivienda con familiares o amigos, aunque tenga la suerte de tener una pareja que lo ame y aunque se sienta apoyado por las personas que lo rodean, por muy leales que sean, cada uno —tú y yo— está solo. Y lo sabemos en el fondo de nuestra psique, aunque la mayoría no tienen el valor necesario para afrontarlo, aceptarlo y vivir con ello.
Por mucho que quienes nos aman, nos den ternura, apoyo y consuelo; por mucho que nos ayuden a construir nuestro camino y nos faciliten su ayuda para lidiar con nuestros problemas; por mucho que estén presentes para consolar nuestras penas, incluso aunque las personas que nos rodean sean los promotores del Acontecimiento que nos revela a nosotros mismos, aunque nos hagan de espejo fiel, los Otros no pueden sacarnos de la soledad inherente a la condición humana. Incluso pueden morir para salvarnos la vida, pero ni tan solo así van a impedir nuestra soledad esencial. Y, peor aun, la más dura de las soledades es la soledad ante nosotros mismos.
Cuando uno descubre que no hay un solo ‘yo’ sino que dentro de cada persona hay innumerables ‘yoes’ peleándose entre ellos, y cuando uno empieza a despertar y nutrir la consciencia del sí mismo para darse cuenta, se encuentra con una nueva dimensión de la soledad: cada pequeño ‘yo’ de los que componen mi personalidad está solo y no debe ni puede contar con el apoyo de los demás ‘yoes’. Están en guerra entre ellos. Y sólo el verdadero cultivo del mundo interno, proceso que empieza con los cinco peldaños que estamos revisando, puede llevar la paz a esta guerra civil interna que todos vivimos en la más dura de las soledades.
Asumámoslo: nadie más que tú puede explicar la razón de tu existencia. Nadie más que tú tiene la capacidad para definir tus más íntimas aspiraciones, de elegir y construir tu proyecto de vida. Porque nadie mejor que tú puede escoger lo que quieres ser ahora, dentro de un día, de diez meses y de veinte años.
Una vez asumida la soledad y aceptado que no debemos esperar nada de los demás, es cuando hacemos acopio del valor necesario para no contar con nadie, para atreverse a no esperar nada de los demás: ni dinero, ni amor, ni amistad, ni esperar nada del Estado ni de ningún salvador, sea quien sea. Especialmente no hay que esperar nada del Estado, de los jefes ni de las corporaciones empresariales.
Es entonces cuando desarrollamos el valor para vivir sabiendo que el apoyo de mamá o de papá a través de la multitud de caras y aspectos que van adoptando a lo largo de la vida, no va a llegar aun cuando sea lo más necesario en nuestro camino. Y si se diera el caso de que llegase, que sea por añadidura, como regalo del cielo.
Sólo cuando llegamos a este punto del camino es cuando podemos realizar actos puros, actos sin interés especulativo detrás, actos con los que no pretendemos engañarnos ni engañar a nadie. Sólo entonces, aceptada la profunda soledad del ser humano, podemos ponernos al servicio de los demás sin que sea una mera forma de captar su afecto para no sentirnos tan solos.
No esperar nada de las personas a quienes uno ama no significa que haya que ignorarlos. En absoluto. Más bien todo lo contrario: uno descubre que es necesario ofrecer amor sin esperar reciprocidad. No esperar nada de las personas amadas significa no introducir ningún componente de interés egoísta en el afecto que prodigamos —si llegamos a poderlo dar como acto puro, naturalmente—. No esperar nada de las relaciones con los amigos es no considerarlas como una red donde apoyarnos, sino como una red de confianza mutua y de intercambio ecuánime. No esperar nada de los jefes ni del Estado no significa renunciar a las reivindicaciones pertinentes para una remuneración justa, ni dejar de esforzarnos para que haya una distribución limpia de nuestros impuestos, ni someternos a las arbitrariedades gubernamentales ni renunciar a hacer respetar los propios derechos e intereses. No. Como dicen los sufíes, estamos en el mundo aunque no somos del mundo. Es decir, somos mucho más, pero estamos en el aquí, esto y ahora que es el mundo en que vivimos.
Es más, aceptar la soledad implica ser astuto, implica que es necesario temer que lo peor podría proceder de los demás, incluyendo a aquellos de quienes cabría esperar apoyo y comprensión. Y que tal daño es incluso probable ya que la soledad no aceptada nos debilita ante el mal, de la misma manera que la soledad consciente nos da fuerza y temple.
Así pues, tomar consciencia y profunda aceptación de la soledad nos ayuda a determinar el alcance de lo que nos amenaza, y de esta misma manera nos suele convertir en ligeramente —o gravemente— paranoicos, pero nos empuja hacia el objetivo último ser lo más yo mismo posible.
V.
Cuarto peldaño
CONSCIENCIA DE LA INDIVIDUALIDAD
El camino recorrido en los peldaños anteriores —observarse y reconocer los límites, respetarse y tomar consciencia de la soledad— suele desencadenar en una revelación deslumbrante que acelera el camino hacia la unidad interior, hacia el convertirse en uno mismo o en una misma como individualidad, que literalmente significa no-dividido. Llegados aquí uno puede preguntarse: “¿Qué forma toma o cómo se siente esta unicidad?”. Respuesta: únicamente se tiene una vida para ser vivida y experimentada, y esta vida —la tuya— es ineludiblemente distinta de todas las demás vidas humanas.
La individualidad es la otra cara de la moneda de la soledad.
En estos momentos, mientras yo escribo estas frases y mientras tú las lees, conviven miles de millones de seres humanos pisando el mismo planeta; en estos momentos hay millones de personas haciendo exactamente lo mismo y a pesar de esto no hay, ni nunca ha habido ni nunca habrá dos seres humanos iguales. Cada persona es biológicamente, psicológicamente, geográficamente, culturalmente e históricamente única y diferente de todas las demás. Cada persona tiene pensamientos, penas y alegrías únicas y recorre un camino que le es propio.
Cada cual puede hacer para sí mismo y para los demás cosas que nadie ha hecho antes y que nadie podría hacer de la misma manera. La esencia de cada persona se manifiesta en cómo hace lo que hace, no en lo que hace. Ninguna persona está condenada a llevar una vida dictada por los demás, nadie está condenado a no ser él o ella mismo, a pesar de que muchos lo acepten.
El cuarto peldaño hacia la construcción de uno mismo tiene su núcleo en el hecho de reconocer —y hasta de celebrar— todo aquello en lo que se es distinto de los demás, en reconocer la individualidad de cada uno en el universo. Por otro lado, esta etapa también implica reflexionar seriamente sobre las circunstancias que tal vez nos han hecho olvidarlo y sobre lo que debemos hacer para no desatenderlo de nuevo.
Es tarea de cada persona realizar el supremo y sagrado esfuerzo de comprender y asimilar que el objetivo último de toda vida humana no es transitar como un ser accidental, movido por el esquema estímulo-respuesta automática, no es sobrevivir como un mendigo resignado, sino que el objetivo es desarrollar todo aquello que la Naturaleza nos ha dado en forma de dones y de potenciales, es de super-vivir como seres creadores de su propio destino, de seres que caminan por una vía que ellos mismos se crean de acuerdo a sus valores y aspiraciones. Una vida que ningún otro ser humano puede concebir de igual modo.
Recorrer este peldaño nos empuja a invertir la situación del ser accidental resignado a mendigar. Nos empuja a estar despiertos y a no hacer meramente lo que los otros hacen o esperan de nosotros, nos empuja a no pensar en el éxito de acuerdo a criterios que otros han forjado, a no compararnos jamás y a no querer ocupar un cargo que otro pueda desempeñar mejor que yo. Nos anima a tratar de hacer algo único, empezando por descubrir lo que hay de único y singular en uno mismo. Ser creativo significa ser capaz de encontrar mis soluciones a mis problemas. El cuarto peldaño se refiere a hacer algo único en todo: en el trabajo laboral, en las relaciones amorosas, en la manera de vivir y el lugar donde se vive, en los pasatiempos y en la forma de vivir la espiritualidad.
No es inusual que las personas nos veamos temporalmente constreñidas y obligadas a desempeñar trabajos que detestamos. Así y todo, uno puede hacerlo de manera diferente a cualquier otro; puede buscar el desarrollo de su individualidad en el ámbito laboral mientras espera encontrar otra ocupación laboral más acorde a su sentir. Incluso puede buscarla en el área recreativa de su vida que, como tantos casos, puede acabar siendo su fuente de ingresos.
Uno puede prodigar amor a los demás incluso a través de un trabajo pesado y rutinario. En cierta ocasión, una chica joven participó en uno de mis talleres prácticos, era una chica joven, hermosa, simpática y especialmente despierta. Le pregunté sobre su ocupación laboral y explicó amablemente que, aunque lo que más satisfacía era viajar, trabajaba en una humilde churrería de un barrio obrero, lo que la obligaba a levantarse a diario de madrugada para abrir el pequeño comercio antes de las 6 de la mañana. Alguien le comentó lo pesado que era su trabajo, a lo respondió que no, que con cada bolsa de churros que vendía regalaba una de sus hermosas sonrisas a la persona que la compraba, y así le ayudaba a pasar un día alegre. Pocos años más tarde la encontré de nuevo y había subido el cuarto peldaño: con su novio habían comprado un coche caravana, habían instalado una churrería ambulante y estaban preparando un viaje por tierra a India, viaje que irían financiando sobre la marcha con la venta ambulante.
Esta etapa debe conducir, finalmente, cultivar el coraje necesario para escoger el propio camino, y no una sino tal vez varias veces a lo largo de la propia vida, a gestionar la propia existencia de diversas maneras.
Una vida plena, una vida buena, una súper-vida, es aquella existencia en la que una persona se busca de forma permanente, se encuentra y se pierde de nuevo, y así una y otra vez. El camino hacia el éxito de ser uno mismo es un camino espiral, no recto.
Y de esta manera y con estas palabras acaba la cuarta fase del camino.
VI.
Quinto peldaño
ENCONTRARSE y CREAR EL PROPIO DESTINO
Una vez superados los peldaños anteriores, las personas se dan cuenta que son mucho más libres para escoger su propio camino de lo que creían en un principio. Descubren que no importa la edad ni el nivel cultural y que, como proponía M. Gandhi, pueden ser un ejemplo del cambio que quieren para el mundo.
Necesitamos que dentro de cada uno de nosotros haya un espacio virgen y libre de los esquemas convencionales asumidos como propios, esquemas que esterilizan la creatividad haciéndonos creer que lo imposible no es posible. Crea este espacio sagrado dentro de ti, un lugar desde donde puedas ver el mundo objetivamente, y descubrirás que las cosas sólo son imposibles hasta que alguien lo hace.
El objetivo del quinto peldaño consiste en encontrar tu sitio, y es la culminación de las etapas anteriores. Encontrar el sitio de uno se refiere tanto a nivel cósmico como a nivel concreto, encontrar tu sitio en el ahora, esto y aquí. Implica dejar de moverse de forma accidental, reaccionando ante los estímulos externos o internos sin reflexionar, y aprender a moverte siguiendo el esquema estímulo-reflexión-consideración-decisión personal-acción.
A partir de este momento, uno entiende que el camino realizado, por duro y largo que haya sido, era necesario para poder elegir, para convertirse en lo máximo sí mismo posible, y para integrar y enraizar sólidamente lo aprendido.
Crear el propio destino no es una mera reacción de rabia contra la autoridad o contra los demás, contra la impotencia que produce el Estado, contra la propia e insoportable soledad y los propios fracasos. No es esto.
Alcanzar el quinto peldaño implica que has ganado confianza en ti. Has ganado una estado de serenidad permanente: “Sí, soy capaz, soy mejor de lo que pensaba. Sí, tengo capacidad para actuar y crear mi propio destino. Realmente ¡puedo triunfar!”. Esta actitud es lo que, en definitiva, hace posible tener el coraje y el entusiasmo para recorrer la última fase y empezar a usar aquellos dones físicos, intelectuales, sociales o artísticos que nunca te habías atrevido a usar y que tal vez eran incluso desconocidos para ti a pesar de formar parte de tus capacidades naturales. Empiezas a vivir con la pasión, la calma y hasta el buen humor combinados, una receta que hace posible una vida plena y propia.
Nadie ni nada puede ponerme obstáculos a la decisión de vivir siendo yo mismo, ni la edad, ni el sexo, ni mi estado financiero. Tanto tú como yo, en cualquier momento podemos tomar la decisión de escoger una vida propia, de crear nuestro propio destino. ¿Tanto cuesta que, a la fin, resulta que hay poca gente del accidente que quiera labrar su destino? No, no es tan difícil. Todo depende del camino recorrido, sea corto o largo, y de la fuerza de la decisión tomada para reunir la energía necesaria para recorrerlo. Depende de la decisión que uno toma de entregarse al propio destino con todas sus facultades, intención y tiempo, o bien de no tomar la decisión clave y seguir con la vida de mendicante que no es sino un juego diseñado por otros, un juego “con el que no tengo nada que ver pero que moldea mi vida”.
Cuando, a pesar de todo, alguien no escoge caminar hacia lo que le entusiasma ni en su vida profesional ni en su vida íntima, cuando alguien de manera consciente opta por mantenerse o incluso regresar al estatus de la resignada gente del accidente, a la comodidad de la alienación sin mayor pretexto, significa que esta persona está atrapada por la angustia de la elección, por el miedo a la libertad que tan genialmente analizó E. Fromm, se dé cuenta ella misma o no. Este miedo a la elección y a ser uno mismo, hace que la libertad sea más difícil y dolorosa de vivir que una dictadura, significa que su supuesto proyecto de vida no es más que una imagen de sí mismo que carga sobre los demás para su propia autocomplacencia.
Encontrarse a uno mismo y crear el propio destino, finalmente lleva a comprender que el Otro, sea cercano o lejano, también puede convertirse en un ser pleno, completo. Así pues, optar por llevar una vida propia, una vida causal y no casual, puede significar que uno también ayuda a los demás a hacer lo propio, les sirve de modelo. Se recibe mucho dando, ya que al hacerlo de forma consciente da como resultado la ecuación más universal: servir al grupo es servirse a uno mismo. Reconocer que los ancianos pueden ser tesoros latentes, que los jóvenes son promesas que han que desplegarse, que detrás de cada cara hay un potencial genio por desarrollar y que ayudarlos a despertar puede ser una fuente para la propia felicidad, todo ello puede marcar el camino hacia una vida plena.
Enseñando se aprende mucho. Compartir un conocimiento es una forma espléndida de desarrollar ideas propias que reposan dormidas en el sótano del propio interior. Os aseguro que nada es más apasionante que ayudar a los demás a encontrarse a sí mismos, que mostrarles el camino hacia su individualidad, especialmente a los niños.
Y sí, claro está, todo tiene sus inconvenientes. Optar por enseñar a los demás a encontrarse a sí mismos, a despertar y recorrer su propio camino puede tener como consecuencia ganar enemigos. A nadie le gusta sentirse en deuda, sea lo que sea lo que se adeuda y sea a quien sea a quien sea que se adeuda, y para muchos deudores nada resulta más natural que detestar y hablar mal de sus acreedores, aunque ellos mismos hayan buscado voluntariamente aquello que los hace sentir en deuda. Como dijo Heráclito el siglo VI antes de Cristo: “Me he buscado a mí mismo (…) de acuerdo a la Naturaleza escuchando su voz (…), y a todos los hombres les es dado conocerse a sí mismos y demostrar su sabiduría”, pero esta misma y exitosa posibilidad se convierte en motivo de crítica cuando alguien lo intenta y, a causa de sí mismo, no lo consigue. Pero en lugar de asumir el dolor del propio fracaso y aprender de ello, lo carga sobre otros, como suele suceder con la gente del accidente. Hay suficiente luz para todas aquellas personas que desean ver y verse, y suficiente oscuridad para todos lo que se sienten atraídos por ella y desean lo contrario.
En el caso de la construcción del propio destino, cuando se llega al último peldaño —a encontrarse uno mismo— una de las cosas que se descubren es que la forma de saldar la deuda con quien nos ha ayudado a encontrar nuestro propio camino es agradeciendo con humildad y actuando de modelo para otros, transmitiendo las pautas, indicaciones y entusiasmo que nos ha ayudado a alcanzar el éxito en el proceso de llegar a ser nosotros mismos.
Así pues, es necesario que si alguien opta por ayudar a los demás a encontrarse a sí mismos, esté preparado a ser objeto de envidia y de ingratitud pero, por otro lado, quien se convierte en persona de destino puede asumir dicho riesgo sin la menor pedantería y con una franca sonrisa.
Ánimos.
Dr. Josep Mª Fericgla
Can Benet Vives, 4 de noviembre 2022
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Gracias por el texto. Que el amor nos de luz en los pasajes mas sombrios y nos insufle ánimos para atravesar todas las puertas de este camino del guerrero.