VIDA INTERIOR, VIDA EXTERIOR
Dr. Josep Mª Fericgla
Algunos comentarios se repiten más que otros, como es natural. Por ejemplo, comentarios tipo: «Sí, lo sé, lo he leído, me lo han repetido, pero a la hora de la verdad no puedo controlarme ¿Qué pasa si, por ejemplo, detesto mi trabajo, o si detesto tal o cual situación o persona? Me siento mal, pero debo mantenerlo, necesito el sueldo a final de mes, o necesito tal o cual cosa y no aguanto la situación ¿Qué debo hacer?».
Resulta que tenemos dos vidas relativamente independientes, la vida exterior y la vida interior. En consecuencia, debemos desarrollar y educar dos tipos de consideración o de comedimiento. Constantemente «consideramos», lo que significa que pensamos o reflexionamos atentamente sobre algo, o deberíamos hacerlo, pero la mayoría no nos damos cuenta.
Ella me mira con aire despectivo. Es mi jefa. Interiormente me despierta un torrente de animadversión y me siento muy irritado contra ella, pero exteriormente me comporto con educación y no dejo que se me note la furia. Me esfuerzo en ser correcto y amable porque lo necesito. Interiormente soy el que soy, pero exteriormente me muestro distinto. Es lo que denominamos la «consideración externa».
Ahora, mi jefa me llama a su despacho, me dice llanamente que soy un imbécil y esta afirmación, lanzada a la cara, me acaba de encender de rabia. El hecho de que me sienta enfurecido es el resultado de lo que me ha dicho, de un estímulo externo, pero lo que sucede dentro de mí es la «consideración interior», eso depende de mí.
La consideración interior y la consideración exterior son diferentes. Debemos ser capaces de aprender y de controlarlas por separado. Este es un punto clave en el cultivo del mundo interno y en la evolución personal: «Esto pertenece al exterior, esto pertenece a mi interior». La mayor parte de nosotros queremos cambiar interiormente y exteriormente, pero, en realidad, solo prestamos atención a uno de los dos mundos.
Ayer, cuando ella me lanzó una mirada despectiva me irritó, pero esta mañana todo ha cambiado. Antes de ir al trabajo y de encontrármela de nuevo, creo entender –o me invento para mí– que, si ayer me miró así y me dijo lo de más allá, es probable que sea porque mi jefa es irremediablemente estúpida o tal vez porque alguien le dijo algo malo de mí y lo creyó. Sea como sea, hoy quiero permanecer tranquilo, no puedo quedarme sin trabajo.
Cuando «considero» el exterior soy amable por decisión, pero si fuera necesario también podría expresar cólera y mostrarme furioso, como hacen los actores. Exteriormente se trata de hacer lo que sea mejor para cada uno. Debéis considerarE, y la consideración interior y la exterior son y deben ser diferentes. Alguien se puede plantear: «¿Eso no es traicionar mi esencia? ¿No es faltar a mis necesidades emocionales y hacer el hipócrita?». La respuesta en un rotundo no.
En la gente corriente, la actitud exterior es un resultado de la actitud interior. Ya sabéis: «Si me tratan con cariño, entonces yo respondo cariñosamente», pero ambas actitudes deberían estar separadas.
Interiormente debemos estar libres de la consideración externa, debemos tener tantos «trajes en el armario» como conductas necesitemos para vivir en armonía con el exterior cambiante. Es decir, interiormente debemos ir mucho más lejos de lo que hemos hecho hasta el momento. El tema es que el ser humano corriente está a merced de sus movimientos interiores que, a su vez, son la respuesta automática a los estímulos que recibe, que por su lado son estímulos que han surgido mecánicamente de otra persona en reacción a los estímulos que ella misma ha recibido, que a su vez… bien señores, entramos en el laberinto de los espejos.
Cuando hablamos de cambiar, en general estamos hablando de la necesidad de un cambio interior. Exteriormente, si todo va bien, no hay nada a tocar. Incluso, aunque no todo vaya bien en el exterior a menudo no es necesario cambiar nada. ¡Quien sabe! Puede ser una originalidad de fulano o una extravagancia artística de zutano. Lo que es indispensable, es cambiar interiormente.
Digamos que, hasta el día de hoy, ha habido muy buena voluntad, pero no ha cambiado nada. A partir de hoy estamos dispuestos a cambiar, ¿Cómo lo hago? ¿Por dónde empiezo?
De entrada, debemos empezar por separar, escoger, deshacernos de todo lo que es inútil, y comenzar a construir de nuevo. En cada ser humano hay mucho de bueno y útil, y mucho de malo e inútil. No debemos tirarlo todo por la borda ya que más tarde es probable que haya que rehacer de nuevo parte del material tirado. Si una persona tiene carencias en el plano exterior, necesitará corregirles o buscar lo que necesita, pero no deberá hacer nada en el plano interior. Exteriormente, repito, debemos jugar un papel distinto en cada situación. Exteriormente debemos ser actores o, en caso contrario, no podremos responder a las exigencias de la vida. Ya sabéis de qué hablo: una persona quiere una cosa, otra persona defiende otra cosa y si uno quiere ser amigo de ambos no puede comportarse de manera que le complazca a uno pero que disguste al otro. Uno tiene que comportarse con cada uno de ellos de manera armónica y así la vida será más fácil y agradable para todos.
Pero interiormente, la cosa funciona distinta.
En especial en esta época en que vivimos, cada uno de nosotros «considera» de manera totalmente mecánica. Reaccionamos a todo lo que nos llega de fuera, obedecemos órdenes, seguimos modas… ella es amable conmigo, yo soy amable con ella; ella es desagradable y no me responde un whatsappque le he mandado, yo soy adusto y tampoco le respondo. Soy como ella quiere que sea, me comporto como una marioneta, pero es que ella también es otra marioneta mecánica y obedece las órdenes y las modas que le llegan de otro, haciendo lo quiere que haga.
El Trabajo espiritual empieza por liberarnos interiormente del laberinto de los espejos: tú me has dicho eso, yo te respondo aquello, tú insistes en lo de más allá, yo reacciono… y así hasta el infinito del sin sentido. Si alguien es grosero con nosotros, no debemos reaccionar interiormente. Esto no es nada fácil, pero cuando uno lo consigue es cuando empieza a ser alguien libre.
El ser humano, usando la metáfora oriental a la que nos hemos referido tantas veces, es como un carruaje. El caballo que hay en cada uno de nosotros –el cuerpo emocional–, solo obedece órdenes que le llegan desde el exterior. Y nuestra mente es demasiado débil para actuar sobre nosotros, incluso cuando la mente da la orden de parar, de relajarse, en realidad en nuestro interior no se detiene nada. ¿Qué ocurre?
Ocurre que solo educamos nuestro pensamiento y nuestra conducta exterior. Queremos ser amables con los demás: «Buenos días ¿Qué tal? ¿cómo le va?», pero el problema es solo lo sabe el cochero. Colgado en su silla, ha leído todo lo que le ha caído en las manos sobre el tema, pero el caballo no ha recibido ninguna educación. Ni tan solo sabe el alfabeto ni puede leer nada, no habla ningún idioma y nunca ha ido a la escuela. El caballo también es capaz de aprender, pero lo hemos olvidado completamente, de manera que ha crecido como un huérfano abandonado. Solo conoce dos órdenes «derecha» e «izquierda».
Todo lo que he comentado antes sobre el cambio interior, en realidad solo se refiere a la necesidad de cambiar algo en el caballo. Si el caballo cambia, nosotros podemos cambiar, incluso exteriormente, pero si el caballo no cambia, todo permanecerá igual en nosotros. Todo. Aunque nos pasemos cien años más estudiando libros de autoayuda y textos místicos. Es tan fácil como inútil tomar la decisión de cambiar cuando estáis tranquilamente sentados en la butaca de vuestra habitación, ya que en el momento en que aparece alguien por la puerta el caballo se pone a caminar y ya no lo controláis. En el interior de cada uno de nosotros hay un caballo e, insisto, es el que debe cambiar.
Si alguien cree que el estudio de sí mismo le ayudará y, con ello, será capaz de cambiar, está completamente equivocado. Se irá convirtiendo, como solemos decir, en un asno cargado de libros y no por ello menos asno. Aunque la persona pase siglos leyendo todos los libros sobre el misterio del ser humano, no le servirá de nada porque todos estos conocimientos afectan solo al cochero, al intelecto, y el cochero, a pesar de todos sus conocimientos no puede tirar del carro sin el caballo. Es demasiado pesado para él.
Ante todo, hay que reconocer que nosotros no somos «nosotros mismos». Creedme, somos el caballo. Si queréis Trabajar espiritualmente en el sentido de involucraros en vuestra propia evolución, hay que empezar por educar las emociones, por enseñar al caballo algún idioma por medio del cual podamos entendernos con él, un lenguaje que nos permita comunicarle la necesidad, por ejemplo, de cambiar de actitud. Y si nos disponemos a enseñarle, por su lado y con nuestra ayuda, el caballo se dispondrá a aprender.
No obstante, tenedlo presente, solo es posible el cambio interior.
En cuanto al carricoche, es decir al conjunto que forman la cabina, las ruedas, los amortiguadores, ejes y demás, resulta que su existencia ha sido completamente olvidada, a pesar de que constituye una parte importante del conjunto. La cabina, que simboliza en cuerpo, tiene vida propia, es la base de nuestra propia vida. Tiene una psicología propia, tiene hambre, deseos, pensamientos y participa de las tareas comunes. Y también debería haber sido educada y mandada a la escuela, pero ni sus padres ni nadie se acordó de hacerlo. Solo el cochero, el intelecto, ha sido instruido, solo él sabe dónde están las cosas, dónde está tal o cual calle y habla varios idiomas, pero es incapaz de ir hasta allí.
Originalmente, nuestra carroza fue diseñada para transitar por cierto tipo de calles y de ciudades. Cada una de las partes de su mecánica ha sido concebida para adaptarse y que funcione en determinado contexto. El carricoche está formado por numerosos engranajes, muelles y ruedecitas, y el diseño original buscaba que las irregularidades del terreno se distribuyeran entre todos los engranajes generando un reparto adecuado del aceite que engrasa cada parte móvil del carruaje. Y todo ello se había diseñado para funcionar en un lugar donde las calles no son excesivamente llanas. Pero con el paso del tiempo, la ciudad ha cambiado, las calles ahora no tienen tantas irregularidades como antes pero el carruaje permanece igual, se sigue usando el mismo modelo. Un modelo que había sido concebido para llevar carga por caminos irregulares y que ahora transporta pasajeros y circula por una gran avenida, lisa y recta. Como algunas de las piezas originales no se utilizan, resulta que se han oxidado y cuando el carruaje debe cambiar de dirección, la mayor parte de veces se avería y debe someterse a una revisión más o menos importante. Después de la reparación, el carruaje puede volver a circular por las grandes y llanas avenidas hasta que tiene que cambiar de nuevo de dirección y se avería otra vez. Así pues, de entrada, habría que cambiar algo del diseño del carruaje para que no se estropeara tanto.
Cada coche tiene unmomentumque le es propio, pero se podría decir que nuestro coche lo ha perdido y no se puede Trabajar sin momentum.
Además de todo ello, el caballo no puede tirar más que, pongamos, 100 kg mientras que vuestro carricoche puede cargar 200 kg, por lo que, aunque lo desearan, así no pueden trabajar juntos.
Por muchos suplementos alimenticios que toméis, algunos vehículos están tan estropeados que no se puede hacer nada con ellos, tan solo venderlos o desguazarlos. Otros están deteriorados y pueden ser reparados, aunque eso precisa de mucho tiempo porque hay piezas que están muy deterioradas y eso implica que la parte mecánica debe ser desmontada, cada pieza metálica debe ser limpiada del óxido, engrasada, reparada y nuevamente montada, o reemplazada por una pieza nueva. Algunas piezas se encuentran con facilidad en el mercado, pero otras son carísimas y muy difíciles de hallar por lo que, a menudo en estos casos, es más fácil comprar un vehículo nuevo que reparar el viejo.
Es muy probable que los lectores de este texto «no deseéis las cosas», y no las podáis desear, más que por medio de una parte de vosotros. Repito, el único que desea es el cochero porque ha leído y entendido alguna cosa, pero pasa la mayor parte del tiempo envuelto en una nube de fantasía y se va elevando, elevando, elevando… hasta llegar a la luna donde pasa la mayor parte del tiempo.
Aquellos y aquellas que creen firmemente que son capaces de realizar alguna acción sobre sí mismos están en un grave error. Transformar alguna cosa interior es extraordinariamente difícil. Lo que creéis saber, en realidad solo es el cochero quien sabe y todo su saber no es más que un conjunto de manipulaciones mentales y asociaciones automatizadas. Un cambio real es más difícil que encontrar un paquete con un millón de euros tirado por la calle.
Una pregunta pertinente que debemos plantearnos: «¿Por qué nadie se ha acordado de educar al caballo?». Podría responder que el bisabuelo y la bisabuela se olvidaron, y que a partir de ellos todas las generaciones se han olvidado, que es como no decir nada. Lo cierto es que la educación exige tiempo y sufrimiento. Cuando empezamos a educar al caballo, por decirlo de alguna manera, la vida se hace menos tranquila, así que los bisabuelos lo fueron dejando primero por cansancio, luego por pereza y al final ni ellos mismos se acordaron más.
Aquí interviene de nuevo la Ley del Tres. Entre el principio activo y el pasivo debe haber fricción, lo que significa sufrimiento, y el sufrimiento conduce al tercer principio o fuerza, lo que Gurdjieff llamaba la Santa Conciliación. Quiero casarme y cambiar, y a la vez estoy bien como estoy, una parte de mí quiere permanecer soltera. Por ello, es cien veces más fácil permanecer pasivo, camino hacia el que tiran la mayoría de los pobres humanos. ¿Y no es lo mejor? Excepto en algunos casos, la respuesta es «no». Cuando la persona permanece pasiva, cuando no busca ni acepta consciente la fricción y el sufrimiento, la transformación sucede de todas maneras, pero sucede en el exterior y no en el interior de uno mismo.
Recordemos en todo momento y lugar que el resultado y el cambio interior solo se dan cuando todo pasa en nuestro interior.
En el exterior sucede algo similar, somos «activos» o somos «pasivos», si bien lo normal es que una hora seamos pasivos y a la siguiente, activos. Cuando somos «activos» nuestra energía se expande y la distribuimos actuando; cuando somos «pasivos», descansamos. Pero cuando todo pasa dentro vuestro, no podéis descansar, esa es la ley. Incluso aunque no sufráis, tampoco os sentís tranquilos. Sí, todo el mundo quiere estar tranquilo y dejar de sufrir, por eso la gente escoge lo que le es más fácil, lo que le cansa menos, incluso intenta dejar de pensar, pero no sirve de nada.
Así fue como, poco a poco, nuestros bisabuelos le fueron cogiendo gusto a descansar. Cada día un poquito más que el anterior. Hasta que, al final, la mitad del tiempo lo pasaban descansando y tal es la ley: si una cosa aumenta de una unidad, otra cosa disminuye en la misma proporción. Allí donde hay más, los hados aumentan lo que hay; allí donde hay menos, los mismos hados se lo llevan. Gradualmente, nuestros ancestros olvidaron educar al caballo, la energía emocional, el caballo fue adquiriendo el hábito de no obedecer y actualmente nadie se acuerda.
Para cambiar algo de uno mismo hay que comenzar por enseñar al caballo un lenguaje nuevo, despertarle el deseo de cambiar.
Siguiendo con la imagen oriental, el carricoche y el caballo están unidos. Por otro lado, el caballo y el cochero también están unidos, se relacionan a través de las riendas, pero el caballo solo conoce dos palabras «derecha» e «izquierda», con lo que el cochero no tiene la menor posibilidad de dar otras órdenes al animal. Podríamos decir que las riendas, a veces, se dilatan y a veces se contraen, no están hechas de cuero y cuando las riendas se extienden el cochero no tiene ninguna posibilidad de controlar el caballo que, por su lado, no entiende otro idioma que el de las riendas. El cochero ya puede ir gritando: «¡Galopa canalla! ¡maldito animal, corre!» que el caballo ni se inmuta. Pero si el cochero tira de las riendas, el caballo sí lo comprende. Incluso puede suceder que el caballo entienda algún otro idioma, por ejemplo, marroquí pero que no sea el mismo idioma que habla el cochero que es finlandés, y no se pueden entender.
Una situación análoga es la que hay entre el caballo, los brazos o varas de madera y el carricoche, y eso me lleva a una nueva explicación.
Tenemos una especie de magnetismo que, de nuevo por así decir, se compone de varias substancias, no de una única substancia. Este magnetismo se va formando cuando la máquina, que sois cada uno de vosotros y de vosotras, Trabaja y el magnetismo entra en nosotros por una parte importante de nuestra constitución.
Por ejemplo, cuando hablamos de comida, solo hablamos de una Octava, pero aquí se trata de tres Octavas. Una Octava produce una substancia, y las otras producen substancias diferentes. Cuando la máquina que eres tú trabaja mecánicamente, se produce la primera substancia. Cuando trabajamos inconscientemente, se produce otra substancia, que no se da si no hay esta dimensión del trabajo. Y cuando Trabajamos conscientemente, se produce una tercera substancia.
Ahora examinemos estas tres substancias. La primera corresponde a los brazos de madera del carricoche, la segunda corresponde a las riendas y la tercera substancia permite al cochero entender la voz y las órdenes del dueño. Sabemos que el sonido no se transmite en el vacío, sino que debe haber algún componente para que se pueda transmitir el sonido. Por otro lado, debemos comprender la diferencia entre el pasajero ocasional y el verdadero dueño del coche. «Yo», mi «ser» o el núcleo interno de gravedad es el amo, aunque lo nombre de distintas maneras, pero solo existe amo si cada uno de nosotros tiene un «Yo» o núcleo interno de gravedad. ¿Y en caso contrario? En caso contrario, en el caso de la gente que no ha desarrollado una conexión consciente con su ser interno, la cabina no está vacía, siempre hay alguien dentro del coche dando órdenes.
Entre el pasajero y el cochero hay otra substancia que permite al conductor entender lo que le dicen desde el interior del coche, y que esta substancia esté ahí o no depende de factores accidentales, puede estar o no estar. Si la substancia está allí, el «ser» puede dar órdenes al conductor, pero probablemente el conductor no esté en condiciones de transmitir las órdenes al caballo, tal vez pueda dárselas tal vez no, ya que esta substancia es el resultado de muchas cosas: hoy podréis, mañana no, todo depende de que la substancia esté allí.
Una de estas substancias se forma cuando sufrimos conscientemente, y empezamos a sufrir cuando dejamos de estar «mecánicamente tranquilos». Hay diferentes maneras de sufrir. Por ejemplo, ahora mismo siento el deseo intenso de contaros ciertas cosas, y a la vez algo me dice que es mejor que no lo relate. Una parte de mí desea contároslo, otra prefiere guardar silencio. Este conflicto genera una substancia que, progresivamente se va acumulando en un lugar determinado.
Cada vez que hay un elemento activo, hay un elemento pasivo: si uno cree en Dios, a la vez cree en el Diablo, y esto no tiene la menor importancia, lo mismo que si sois buenos o malos. Nada de esto vale para nada. Lo que es valioso es el conflicto entre dos opuestos, la energía que genera tal conflicto o fricción. Si solo existe el conflicto o la contradicción se puede llegar a un resultado, pero es necesario acumular una gran cantidad de substancia para que llegue a manifestarse algo realmente nuevo.
En todo momento suele haber un problema dentro de vosotros, conflicto del que no sabéis nada, y que solo reconocéis en el momento que comenzáis a mirar dentro vuestro. Así, por ejemplo, a menudo digo a alguien algo referido a su manera de funcionar y, en su interior, no ve la realidad psicológica que le señalo hasta que empieza a mirarla, solo entonces lo reconoce. Ahí empieza el sufrimiento: cuando tratáis de hacer alguna cosa que no queréis hacer, eso genera sufrimiento. O lo contrario, cuando conscientemente decidís no hacer algo que no podéis dejar de hacer, también eso genera sufrimiento.
Lo que amáis, sea que esté bien o mal ¿Qué importa? Nada. El bien y el mal son conceptos relativos. Si uno está en la guerra luchando en un bando, le parece que los enemigos son la encarnación de la maldad, y que lo bueno y razonable es lo que yo defiendo pero resulta que en el bando contrario piensan, sienten y defienden lo contrario, y unos y otros estamos arriesgando nuestra vida por defender este bien y atacar aquel mal que son completamente relativos. Tan solo cuando se comienza el Trabajo, en mayúscula, vuestro bien y vuestro mal comienzan a existir.
En este sentido, pues, hay diferentes tipos de sufrimiento, el consciente y el inconsciente. El inconsciente no sirve para nada, no da ningún fruto. Por ejemplo, si uno no come porque no tiene dinero ni para comprar pan, solo es sufrimiento; pero si uno tiene pan, no come y decide soportar el hambre, eso es mucho mejor, genera fricción y disciplina y, con ello, la substancia de que hablaba.
Hay que conocerse a uno mismo para mover la menor pieza del carro sabiendo lo que se hace, o ajustando las riendas con el caballo para preparar el terreno a que el animal pueda entender las órdenes del cochero, y éste debe prepararse a sufrir para conseguir comprender las indicaciones que le llegan desde el interior del coche, habitualmente, en un idioma que desconoce.
Así pues, los seres humanos estamos compuestos de cuatro cuerpos: el caballo, el conductor, el dueño y el carricoche, y de tres relaciones, la riendas que comunican el caballo al cochero (las emociones con el intelecto), los brazos de madera que unen el caballo al coche (las emociones con el cuerpo), y la voz que relaciona al cochero con el dueño (el intelecto con el corazón), y cada una de estas partes debe funcionar correctamente para que el conjunto se mueva, sea capaz de «hacer algo».
Y con esto, tenemos pistas para comenzar o para retomar el Trabajo.
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