EL PROBLEMA DEL ALMA EN EL MERCADO GLOBAL
Dr. Josep Mª Fericgla
Conferencia impartida el 1-X-2016 en el II Congreso Terapia y Meditación,
en la Fac. de Psicología, Universitat Ramon Llull, Barcelona.
I.
Al recibir la amable invitación para participar en el presente congreso sobre Terapia y Meditación, estuve reflexionando sobre la mejor aportación que podía realizar. Decidí centrarme en un tema que, a mi parecer, es crucial en referencia a la actual e importante intersección entre espiritualidad y salud. Me refiero al problema del alma en el mundo actual.
Tras siglos de reflexión ¿Se puede alcanzar algún acuerdo objetivo sobre la naturaleza del alma? ¿Dónde está el límite entre etnopsicología, psicoterapia y sanación del alma o, lo que es lo mismo, entre antropología, psicología y teología? Las personas actuales, cuando buscan el apoyo de la psicoterapia y en términos generales, ¿buscan la sanación psicológica o la salvación del ser? Cuando meditan como hábito cotidiano ¿Dónde ponen el foco los occidentales: en Dios, en sí mismos, en una fusión con algo superior o en una práctica para calmar la mente y “acompañar la atención a casa”, como dice Sogyal Rimpoché? ¿Qué papel está jugando realmente el psicoterapeuta cuando atiende a una persona desasosegada por falta de sentido en su existencia? Tratar de ayudar a un paciente a encontrar un sentido trascendente para su vida ¿Es un área de acción legítima para el terapeuta, o debería dirigir la persona a un teólogo o a un guía espiritual?
Vivimos un tiempo de mucho dolor en el corazón y de mucha locura en la mente de las personas.El mercado global en que hemos convertido el mundo nos bombardea sin piedad con un exceso de estimulación ambiental, mental, sexual, química y de otros tipos con el único fin de robar la atención a las personas, el bien más preciado de todo ser humano, y convertirlo en otro tipo de influencia más sobre la vida humana. Las personas necesitamos reencontrar el silencio espiritual y un sentido trascendente para vivir. Trabajamos demasiado, hacemos demasiadas cosas, dependemos excesivamente de los dispositivos electrónicos y eso nos empobrece como seres humanos.
Así, y a pesar de las apariencias de un abultado mercado de la espiritualidad y del desarrollo humano, casi no queda tiempo ni energía para ello, y hay poco interés real por cultivar el alma. Por ejemplo, no tenemos espacios sagrados donde conmocionarnos y contactar arrobados con las fuerzas superiores, con el ámbito de lo numinoso, sea que le llamemos Dios, Al-lâh, Consciencia búdica, Ahura Mazda, Mitrao la energía primaria.
Gandhi dijo que “la plegaria es la nostalgia del alma”, la nostalgia de uno mismo, del propio ser. Actualmente esta nostalgia es el mayor padecimiento que sufre Occidente y seguimos sin orar, sin aceptar ni honrar la presencia de fuerzas superiores que rigen nuestra existencia y que nos determinan desde el inconsciente y desde el destino.
En las últimas décadas, observamos que numerosos temas religiosos y espirituales se han agolpado en la consciencia colectiva y, entre otros cambios, hemos visto la difusión del concepto “espiritualidad”. Hasta mediado siglo XX se usaba el concepto de “religión” y “religiosidad” pero al no dar la talla necesaria para satisfacer las necesidades existenciales actuales, fuimos utilizando el término de espiritualidad y de psicoespiritualidad aunque detrás de ellos asoman las viejas grandes preguntas de la humanidad: ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿De dónde venimos y a dónde vamos? ¿Qué somos los humanos en el esquema cósmico? ¿Cuál es el sentido del dolor? Y estos son los temas que debe afrontar el terapeuta transpersonal.
Nos interesamos por la espiritualidad, pero con frecuencia tan solo le dedicamos los migajas de tiempo que quedan después de leer los mensajes de whatsapp, recontar el numero de ‘amigos’ en facebook, leer las noticias en la tablet y estar atrapados por las tonterías completamente insubstanciales que aparecen en twiter e instagram, por poner solo algún ejemplo de los estímulos que han entrado en el espacio más íntimo de las personas, espacio físico que hasta hace pocas décadas estaba reservado al Ser, al recogimiento y a las plegarias. Recordemos que, por ejemplo, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX la habitación de cada persona, fuera que la usara individualmente o la compartiera con el cónyuge o con un hermano, era su espacio íntimo, sagrado, exclusiva y absolutamente privado, hasta el punto que si alguien cerraba la puerta de su habitación incluso los familiares más cercanos golpeaban la puerta antes de entrar. Con la llegada de la Red, esta privacidad se ha visto invadida por la presencia virtual de seres ajenos a la vida real del individuo, sean personas conocidas a través de la Red o sean completos desconocidos que aparecen bajo identidades virtuales o emoticones estandarizados.
A pesar de tanta distracción en actividades insubstanciales se observa un indiscutible interés por la espiritualidad —que no por la religiosidad— ante el que cabe preguntarse ¿Cuándo y cómo surge el interés por los temas y por la práctica espiritual?
La respuesta es que el interés por la espiritualidad surge cuando se rompen los moldes de la vida convencional, cuando la vida se convierte en algo problemático. Una enfermedad que pone en real peligro la vida, como el cáncer, lleva a muchos afectados a hacer un balance de su vida dado que la enfermedad les pone límites a la planificación de su camino y de pronto modifica sus prioridades. Como decían los persas, los verdaderos cambios en la vida solo se dan por amor o por la muerte. El interés por la espiritualidad surge en las crisis vitales. Cuando se pierde a un ser amado o cuando se sufre una enfermedad grave que confronta ineludiblemente a las personas con la fragilidad y la finitud de la vida. Entonces la gente siente desamparo existencial, sufre de impotencia ante el destino y es cuando surge la pregunta por el sentido final de la vida.
Los golpes sorpresivos del destino cambian el camino previsto para la vida, y las personas nos enfrentamos a la incapacidad para combatirlos con los propios medios. Éstas son las ocasiones más frecuentes en que las personas adultas buscan ayuda espiritual y apoyo terapéutico.
Y resulta que este proceso que denominamos “la búsqueda espiritual”, con frecuencia sitúa la actual psicoterapia en una función que no le corresponde y que, por parte de los profesionales, puede ser poco honesto asumirla sin más.
Antaño, las personas que habían perdido el sentido de su existencia, que habían desconectado de su alma y de su inconsciente creativo y que sufrían por ello acudían a la religión, a los sacerdotes y a los textos bíblicos, a los chamanes visionarios, a los lamas budistas, a los sheijs sufíes o al gurú de los hindúes. El término sánscrito gurúes apropiado para designar esta función, ya que significa “el que disuelve las tinieblas”, “el que acompaña de la oscuridad de la ignorancia a la luz de conocimiento”, “el que te acompaña de regreso al origen”. Hermosos sentidos. ¿Cuántos psicoterapeutas pueden honestamente atribuirse tal función de maestros o guías espirituales, cuando lo piden sus pacientes, aunque no lo expliciten con estas palabras? Y la misma pregunta cabe dirigir a los teólogos y sacerdotes que han dejado de cumplir su función desde hace un siglo por falta de conocimientos adecuados. Por eso la mayor parte de personas con problemas existenciales no acuden a ellos.
Actualmente, la gente que no encuentra el sentido suele acudir a la consulta de un psicoterapeuta o a las innumerables ofertas del mercado de la psicoespiritualidad popular y sobre lo que prefiero no opinar. No quiero poner en entredicho y de forma genérica la eficacia de tales “tecnologías del alma”, como ahora se denominan, pero a la vista de la realidad empírica que observo me permito dudar de la seriedad, el rigor, la consciencia, eficacia, honestidad o los simples conocimientos necesarios de muchas de las personas que, cual Quijotes de la Mancha nutren este mercadillo basado en el sufrimiento humano por alejamiento del alma de los Sancho panzas que les siguen.
La espiritualidad tiene una importancia creciente en el área sanitaria —hay hospitales que han creado departamentos dedicados a la ayuda espiritual, no confesional, de los pacientes— y resulta que cuando una terapia se interesa por restablecer la salud de la totalidad de la persona, cuando pretende una sanación holística, el espacio y la experiencia terapéutica debe estar abierto a lo numinoso, a la experiencia trascendental, a la búsqueda del sentido final y a todas las preguntas espirituales y religiosas inherentes a la condición humana.
Por cierto, el término numinosofue propuesto por el teólogo Rudolf Otto a inicios del siglo XX. Más tarde, fue usado por Carlg G. Jung aplicado a ciertas funciones trascendentes de la psique humana y desde hace tres décadas ha dejado prácticamente de usarse. Deberíamos recuperarlo. Numinoso surge del vocablo latín numeny se refiere al sentido trascedente y de inmanencia que había en los lugares y símbolos sagrados. Numen significaba la presencia misteriosa, inspiradora, fascinante, sagrada y mágica que había en algunos lugares, momentos y símbolos cuya experiencia era la base misma de la religión. Así y a pesar de las numerosas deidades llenando el panteón imperial, a ningún romano se le escapaba que lo importante era la calidad numinosa de los lugares sagrados, no las figuras que lo decoraban.
Así pues, ninguna medicina de ninguna tradición cultural debe reducir el ser humano ni a nivel somático, ni psicológico, ni espiritual ni antropológico. Debe aceptarlo y tratarlo como una unidad compuesta por cuerpo, psique, cultura y alma, con un anhelo intenso y capacidad para la trascendencia, ya que la pérdida del sentido de la vida o la falta de sentido final tienen una importancia decisiva en la etiología de las neurosis y de la mayoría de trastornos psíquicos.
Me pregunto de nuevo ¿Cuántos psicoterapeutas actuales han desarrollado la capacidad para enfrentarse a la experiencia de lo numinoso con todos sus matices, limpieza de anhelos y colosal profundidad?
El alimento para la psique humana es el sentido de la existencia, y este alimento viene dado por la experiencia directa de lo Absoluto o, en su defecto, por los sistemas religiosos que indican tal sentido extraído de la experiencia de Dios por parte de los profetas y líderes inspirados. El ser humano necesita comprender el sentido de lo que hace, de su vida completa, en caso contrario es fácil que enferme por la falta de este alimento.
La analista Ursula Wirtz (Wirtz y Zöbeli,Hunger nach Sinn, pp.224-310) afirma que las experiencias de sentido, las abreacciones en términos psicológicos convencionales, a menudo poseen el carácter de vivencias numinosas, calan profundamente en el sujeto y permiten interiorizar la existencia de otra realidad que va más allá de nuestra consciencia cotidiana y que también experimentamos como propia. Por eso, la experiencia trascendente suele valorarse como un regreso al hogar o como una llegada a lo que siempre hemos sido.
En mis talleres para despertar a la vida a través de la muerte y en mi práctica terapéutica, la experiencia transpersonal y la cuestión del sentido de tal experiencia son el núcleo de la praxis. Creo que no conozco ningún paciente de más de 40 años cuyo sufrimiento no esté relacionado con la falta de sentido trascendente de su vida.
II.
Volviendo al problema del alma en el occidente actual y tomando la distancia necesaria, nos situamos de nuevo frente a la diferencia fundamental entre el concepto de inmanencia y el de trascendencia, es decir entre el ámbito del más acá y el del más allá, que ha sido objeto de análisis y reflexión recurrente desde la antigüedad de Platón y de los primeros Padres de la Iglesia, pasando por el medioevo hasta los teólogos y filósofos modernos como Kant, Hegel, Spinoza, Jaspers o hasta Mark Fisher.
¿Qué ha ocurrido durante estos siglos, desde finales del XVIII hasta inicios del XXI? Ha sucedido que las ideas metafísicas sobre la trascendencia de Dios han sido substituidas por un concepto antropológico que pone la trascendencia en el foco de las aspiraciones humanas de ir más allá de uno mismo, de crear un alma trascendente a partir del propio esfuerzo individual. Y con ello llegamos a la postmodernidad.
Hoy padecemos una dolorosa pérdida del sentido de la trascendencia, una crisis espiritual global y de pérdida de protección. Nos sentimos desprotegidos ante las fuerzas destructivas que están siempre latentes en nuestro inconsciente y que se proyectan hacia fuera en forma de guerras incomprensibles, en el regreso de la barbarie cultural y de las manadas de jóvenes, en la extremada y cruel explotación humana en forma de migraciones forzadas que arrojan hoy una cifra de 60 millones de refugiados, y en forma de una nueva esclavitud postindustrial marcada por laprecariedad que impera en el mundo laboral actual —eso para los afortunados que tienen trabajo. Y la precariedad laboral es el resultado de una grave indefinición jurídica entre el trabajador y la empresa, indefinición que llega hasta lo más profundo de la psique de la gente. Se puede afirmar que la precariedad aceptada —porque no queda otro remedio— es el resultado del mundo laboral asociado a las nuevas tecnologías que han llevado la alienación laboral más allá del espacio y tiempo laborales hasta convertirse es una forma actual de despersonalización, de deshumanización, de pérdida del alma. Por ejemplo, hasta el último tercio del siglo XX cuando una persona salía de su horario y espacio laboral, se liberaba de la realidad que lo alienaba y deshumanizaba, y podía integrarse en espacios grupales que lo rehumanizaban. Con las nuevas tecnologías asociadas a las empresas, la relación laboral se extiende las 24 horas del día y a todos los espacios. En cualquier momento, un empleado puede recibir un mensaje de la empresa pidiéndole que haga alguna acción laboral, o convertir su vida privada en un producto mercantil, como sucede con las redes sociales.
Con frecuencia acuden a mi consulta personas a las que no puedo ayudar desde el nivel del ser individual porque su mal es social, es de soledad y carencia de términos de referencia válidos para vivir, de deshumanización, de falta de sentido existencial. Por mencionar un caso: llega una joven de 29 años, sin trabajo ni posibilidad de encontrar más que ocupaciones mal pagadas y sin continuidad, está angustiada, tuvo un hijo a los 26 de una relación accidental y lo cuida a medias con su madre, cuando puede toma drogas legales e ilegales para adormecer su consciencia. No tiene a su alcance ningún modelo humano que le transmita valores constructivos y firmes para su vida, no ha desarrollado recursos psicológicos para instalarse en el mundo y focalizar su existencia, tales como fuerza de voluntad, temple en el carácter, astucia y visión de futuro. No ha desarrollado habilidades profesionales ni sociales. Honestamente, en tanto que terapeuta ¿Cómo puedo ayudarla a aliviar su angustia? Su mal no es individual, es de la sociedad en la que navega sumergida en la confusión. De ahí que la mayoría de psiquiatras tengan tanto falso éxito, porque recetan psicomaquillajes a personas que, gracias a la química, dejan de estar momentáneamente angustiadas, y si bien esta isla de calma temporal puede y suele ayudar, no resuelve el problema que reside en una sociedad que ha dejado de relacionarse con su alma, con el ámbito trascendente de lo numinoso.
Lo trascendente es, por definición, aquello que está más allá del mundo perceptible por los sentidos convencionales y del pequeño individuocomo tal. Es una dimensión de la realidad experimentable y hasta describible, pero no explicable desde el ámbito de la lógica racional y cuantitativa. Es una dimensión en la que el sujeto se siente incluido en algo mayor que su simple individualidad. Mi trabajo está dedicado esencialmente a eso, a crear y desarrollar un método terapéutico que no sea individual, una terapia que no se mueva en el mundo descrito por Freud y sus discípulos donde hay una consciencia y un inconsciente que la sostiene.
El inspirado psicólogo italiano Massimo Recalcati dice que, hoy en día, el inconsciente ha explotado porque hay un universo paralelo, hay otra consciencia colectiva que no es humana: es el mundo en Red. Aquello que tú has olvidado está en la Red y respondes a los estímulos de la Red hasta en los momentos y lugares más íntimos. Así, el ser humano occidental establece su relación con el universo a través de las Redes que se insertan en todos los rincones de su vida cotidiana y en las comunicaciones íntimas, hasta convertirse en el inconsciente contemporáneo. Es un inconsciente que ya no está en el interior del individuo pero que lo domina como el propio inconsciente convencional determinaba el destino individual.
En un mundo como el que observamos hoy, con los límites cada día más permeables o ya inexistentes, aparece la amplia concepción actual de espiritualidad como búsqueda de la trascendencia entendida como superación de los límites del “yo”, como la superación de las formas de relacionarse habituales, y también se entiende como el enfrentamiento con lo inconsciente. Esto encuentro a campo abierto entre la consciencia y el inconsciente es tremendamente peligroso y solo puede ser conducido por las vías rituales comprobadas por la tradición y depuradas por el tiempo, o por personas cuya integridad, conocimientos y temple estén a toda prueba de la locura. A la vez, enfrenarse al inconsciente es tremendamente importante ya que es el fin último del ser humano. Nuestra existencia, parafraseando a Jung, tiene por objetivo último iluminar con la luz de la consciencia la oscuridad del mero existir.
El modelo actual de espiritualidad y salud, aunque sea paradójico, está mucho más cerca de la espiritualidad arcaica descrita por la antropología en referencia a los sistemas chamánicos, que de la tradición cristiana convencional. No ha de resultar extraño, pues, el interés que hay por tales mundos indígenas y sus recursos, recursos que van desde los efectos de la ayahuasca hasta su simbología exótica y su cosmovisión, ya que los pueblos ágrafos suelen concebir la realidad como un conjunto de estratos superpuestos en permanente interacción a través del axis mundi.
Repito, es en este campo abierto donde se da la actual espiritualidad. Nos interesa la experiencia de lo numinoso y de lo trascendente a la vez que, en términos generales, rechazamos las religiones, cuando resulta que es en la vida religiosa donde se da el encuentro entre el ser humano con otro ser anímicamente superpoderoso. El occidental medio actual compra experiencias —el mercado actual es más de experienciasque de objetos— y entre ellas busca la experiencia trascendente, la que ha de dar el sentido a su vida por medio de técnicas espirituales importadas y a menudo mal digeridas, técnicas que prometen una imposible expansión de la consciencia en pocos minutos y ningún esfuerzo. Se olvida que la presencia de lo Absoluto no se puede comprar ni vender.
III.
Es sabido que en materia de espiritualidad no puede comprenderse nada que no se haya experimentado personalmente, y este es el quid de la cuestión. Es la experiencia directa de lo trascendente lo que da sentido a la existencia humana, la que buscamos en cada momento y lugar, y de igual forma que se puede llegar a tener la experiencia de lo numinoso también se puede imitar con el mismo valor que las monedas falsas.
Da igual que usemos técnicas orientales, cristianas, sufíes, amazónicas o del lejano oriente, ya que, si se sabe comprender y usar, resulta que el objetivo es idéntico en todas ellas. La única diferencia estriba en el desplazamiento del centro de gravedad del ”yo” al Sí mismo, y del ser humano a Dios, lo que significa que el ego se desvanece en el Ser o en el Sí-mismo, y el ser humano se desvanece e identifica con Dios o en Alá.
Por otro lado, así como actualmente se busca la experiencia espiritual o transpersonal, la que ha de poner al ser humano en contacto con ámbitos que están más allá de la consciencia cotidiana, con frecuencia se olvida que se deben poder gestionar tales dimensiones numinosas dentro del campo humano para no caer presas de sus impulsos destructivos, como estamos viendo a diario en las trágicas muertes de refugiados que sería fácil evitar, en la locura y los trastornos depresivos que, según la OMS, pronto afectará al 30% de la población occidental, o en las nuevas generaciones de adolescentes abúlicos y perdidos que, en un elevado porcentaje, no saben qué hacer con sus vidas recién estrenadas.
Buscamos una espiritualidad trascendente que sea la unión de contenidos conscientes e inconscientes, y tratamos de superar la separación entre la consciencia y el inconsciente. Tratamos de comprender las unilateralidades de la consciencia y, para referirnos a la experiencia trascendente de la psique, de nuevo debemos remitirnos a experiencias de unión o fusión con lo Absoluto, con Dios. Rechazamos las religiones pero debemos aceptar el hecho de estar vinculados con algo más abarcador y más grande que el propio sujeto. Debemos abrirnos a la posibilidad de experimentar conscientemente las dimensiones que están más allá de la consciencia cotidiana. En mi experiencia personal, es necesario regresar a los valores de humildad, sencillez, honestidad, valentía para defender la verdad, y al amor entendido como reconocimiento y como energía unitiva. Y hay que empezar a entender tales conceptos como condiciones técnicas necesarias para la experiencia transpersonal, no como términos referidos a un sistema moral.
En efecto, la trascendencia de la psique que actualmente se busca fuera de los marcos religiosos tradicionales permite experimentar otra realidad, la realidad detrás de la realidadcomo lo denominaba Jung. Se trata de un conocimiento experiencial de que Todo forma parte de un campo que conforma una realidad única, la misma a la que se refieren los chamanes amazónicos, los lamas budistas tibetanos, los místicos cristianos y los sufíes musulmanes, así como la moderna teoría cuántica, la etnopsicología y la psicología transpersonal.
En este sentido, me acojo a la definición de psicología transpersonal que dan Lajoie y Shapiro, que reza así: “es la exploración del potencial más elevado de la humanidad, así como el conocimiento, la comprensión y la realización de estados espirituales, trascendentes y unitivos de consciencia” (Lajoie y Shapiro, cit. Según Galuska, “Einführung”, pág. 8). El concepto central de la psicología transpersonal es la consciencia transpersonal y unitivaque se puede describir con nociones que hasta el siglo pasado sólo eran atribuibles a Dios, nociones tales como las de presencia absoluta, permeabilidad, amplitud abierta, sentimiento de arrobamiento y de conmoción, experiencia subjetiva de la unidad del todo, experiencias místicas, y la convergencia del Sí-mismo individual con lo Absoluto como vivencia de lo más profundo y supremo del alma humana.
En este mismo sentido, repito, cabe mencionar que estos conceptos que generalmente van unidos a ideas de espiritualidad y mística, solo se pueden comprender hoy con el trasfondo de la cosmovisión surgida de los nuevos conocimientos de la ciencia, entre ellos la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, la teoría de la autoorganización y de la autopoyesis, la teoría de la evolución, la sistémica y de campos morfogenéticos, y la teoría de los hologramas.
Según estos marcos teóricos actualmente bien asentados y aceptados, concebimos a cada ser humano como un punto nodal dentro de un sistema universal en constante intercambio de información, y sabemos que no son teorías vacías, que los científicos que se ocupan de las experiencias espirituales como formas de realidad empírica y objetiva, han obtenido resultados impactantes en referencia, por ejemplo, a la relación entre espiritualidad y salud, en los ámbitos de reducción de estrés, esperanza de vida, disminución de enfermedades cardiovasculares y aumento de bienestar.
Ante todo ello, y para ir acabando, es imprescindible apuntar que el paso que actualmente se está dando ni es gratuito ni es seguro. El paso de la consciencia ordinaria a lo consciente superior lleva al ser humano fuera de todos los resguardos y seguridades. De ahí que, al igual que ya sucedió en otras épocas de la historia con la que hoy guardamos importantes similitudes —por ejemplo, con el siglo XIII— andamos buscando nuevas fórmulas para desarrollar y experimentar con seguridad los fenómenos anímicos básicos, pero no podemos librarnos del hecho de que toda comprensión cae bajo el condicionamiento de la época, y con excesiva frecuencia la vanidad y el narcisismo de la búsqueda del Ser nos empujan a olvidarlo. Lo recordemos o no, somos hijos de una época y de un lugar.
Como resumen de mi exposición, quisiera mencionar otro hecho no siempre aceptado. Es el hecho de que la relación con la trascendencia es el aspecto decisivo de la vida humana. Es decir, la cuestión decisiva para el ser humano es esta: ¿cómo estás relacionado con lo infinito ahora, en esto y aquí? Este es el criterio de la vida. Y cuando una persona comprende y siente que ya en esta vida está relacionada y unida a lo Ilimitado, sus deseos y sus actitudes se transforman, la persona evoluciona y deviene más completa y sana. En última instancia, solo valemos por lo esencial, por lo permanente, y si carecemos de esto la vida se malogra en anécdotas.
Así pues, el interés central de la terapia espiritual, hoy llamada transpersonal, no radica en el tratamiento de la neurosis sino en el acercamiento a lo numinoso.
Resulta que el mundo del pasado era muy diferente del actual. En el pasado, meditar era un lujo y poca gente se interesaba por ello. Hasta hace un siglo, las personas que querían cultivar su alma debían convertirse en profesionales de la espiritualidad, debían hacerse monjes o ascetas… hoy no, y esta aparente facilidad para cultivar el alma ha abierto las puertas a muchas fantasías que empiezan y acaban en el propio ego, en el Nafscomo concepto usado en el mundo árabe para referirse a los impulsos instintivos, tanto psíquicos como corporales, con los que nos identificamos.
Antes, las personas eran naturalmente calladas, o naturalmente felices, o naturalmente sanas hasta que morían por accidente o de una infección que no podían combatir. No necesitaban pensar en la meditación ni practicarla a diario porque en cierta manera inconsciente estaban meditando cuando miraban arrobados la puesta de sol de cada atardecer. La vida se movía silenciosa y lentamente, y hasta los más estúpidos podían adaptarse a ella, todo el mundo tenía su espacio para vivir. En la actualidad, el cambio es tan tremendamente rápido, tiene una velocidad tal que hasta los más inteligentes se sienten incapaces de adaptarse a la vida.
Cada día es diferente y hay que volver a aprender. Hay que aprender a aprender, y volver a aprender a aprender una y otra vez. El proceso de aprendizaje, hoy dura toda la vida y la presión es tremenda. Tanto, que nos olvidamos de nosotros mismos y de nuestras necesidades más básicas como descansar. Tanta psicoterapia y espiritualidad, y no conseguimos ni algo tan simple como descansar. ¿Cómo aflojar esta presión? Solo conozco una vía: buscar y crear deliberadamente momentos de meditación, de conexión con el Ser, de calma. He repetido en numerosas ocasiones que deberíamos meditar un tercio de nuestro tiempo de vigilia.
Así pues, la meditación y el amor entendido como experiencia unitiva no son una pregunta sino la respuesta misma a la que debe acudir todo psicoterapeuta responsable y toda persona que busque el sentido final.
Y ahora sí, ya para acabar, permitidme que lea un corto poema de Kabir, el poeta místico del siglo XV, en el que resume sabiamente la solución del problema del alma: “El placer de errar por el océano de la vida que no tiene muerte me ha liberado de todo deseo. Como el árbol está en la semilla, así todas las enfermedades están en pedir demasiado.”
Gracias por su amable atención.
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