PACTO O ESCLAVITUD
Dr. Josep Mª Fericgla
—I—
La mitad de la humanidad está hoy confinada en casa, prohibido salir. Es algo que todos sabemos. Tremenda e insólita situación impuesta y controlada por numerosos gobiernos del mundo. Sí, el motivo parece sanitaria y científicamente justificado, no voy a discutirlo ni intentar evaluar si es la mejor medida o si se está aplicando bien o mal. No obstante, no escapa a ninguna mirada perspicaz la abrumadora maniobra internacional que subyace en el confinamiento, los miles de millones de euros que está ganando la industria farmacéutica y las leyes que se están aprobando para reducir a un mínimo insospechable la libertad de la sociedad.
El hecho observable es que, a día de hoy, en más de la mitad de los 194 países reconocidos que hay en el mundo, más de 3.000 millones de personas permanecen encerradas en su hogar a causa de la presunta pandemia. Como es natural, no se mantiene el confinamiento con igual severidad en todas partes. En Latinoamérica, hay países (Argentina, Ecuador, Colombia…) que han decretado la reclusión total de la población, mientras que otros (Honduras, Perú, Guatemala…) han decretado un cierto toque de queda prolongado. En los países musulmanes, más radicales en su práctica religiosa que la cristiandad, el confinamiento es difícil ya que resulta complicado impedir que los fieles se reúnan en las mezquitas y que, con ello, probablemente se expanda la infección vírica. Estos días se escuchan o leen en la prensa frases tipo: «No creemos en el coronavirus, creemos en Alá. Pase lo que pase, viene de Alá», a la vez que se ven imágenes de multitudes congregadas para el rezo semanal —por ejemplo, en Islamabad, capital del Pakistán—, que contrastan con el perfil del papa Francisco, el viernes pasado, rezando en solitario frente a la gigantesca plaza de San Pedro del Vaticano completamente desierta. Por su lado y tras la visita de Trump, la India ha decretado el confinamiento de sus 1.300 millones de habitantes durante 21 días, medida imposible de aplicar en este gigantesco subcontinente.
La humanidad está —estamos— atravesando un momento único, no en cuanto a la pandemia que no es ni la primera ni la segunda que puede diezmar el número de seres humanos, sino por la globalidad, por la unidad de acción de la mayoría de gobiernos, por el estricto control de los Estados sobre las personas. La Unión Europea, sin la menor consulta, ha dado luz verde a algo contra lo que nos oponemos con fuerza y desde hace tiempo los defensores de la libertad individual: que los gobiernos controlen el movimiento de cada persona a través de su teléfono móvil. La única manera de no poder ser hoy ubicado es extrayendo la batería del terminal ya que, aunque se apague, desde “la central” es posible activar los terminales y localizarnos territorialmente. Esto implica que los gobiernos pueden saber en todo momento dónde y en compañía de quién está cada habitante del país. Si a eso añadimos la información que emiten los casi siempre absurdos dispositivos de control corporal, los weareables,que tantos millones de personas se colocan voluntariamente sobre su cuerpo —para saber el ritmo cardíaco, presión arterial, estado de ánimo, la calidad de su sueño, sudoración, las calorías que ingiere, los pasos que ha dado a lo largo del día… como si no fuera suficiente y más sano aprender a escuchar el propio cuerpo—, y además añadimos las cámaras de reconocimiento facial —en China hay millones distribuidas por las calles identificando a cada persona, grabando qué hace y cómo se comporta, y luego el gobierno gratifica o sanciona al sujeto según su interés político del momento; y en Occidente la gente se somete voluntariamente a tal control al comprar teléfonos móviles con el dispositivo de reconocimiento facial, resulta que con todo ello tenemos el círculo cerrado. El control casi absoluto de nuestra vida externa e interna. Por medio del teléfono el Estado puede saber dónde y con quién estamos, y por medio de las pulseras y otros dispositivos de control corporal puede saber casi, casi, cómo se siente y qué pasa por el mundo interior de cada persona. Por ejemplo, es fácil imaginar que tras un discurso del Rey de España retransmitido por las redes se registre la tensión arterial de cada persona. Se sabe que cuando estamos iracundos o simplemente disconformes con algo, sube la tensión corporal. Así de simple sería identificar aquellos ciudadanos contrarios al mensaje del Jefe de Estado, localizar su ubicación inmediata y todo lo que uno pueda imaginar a continuación.
Tales medidas de control extremo se van imponiendo sin la menor discusión ni consulta democrática, y ya no solo en China o Israel. Siempre, eso sí, con la excusa de frenar la pandemia. Bueno, digamos que hasta podríamos aceptar temporalmente tales medidas, aunque cada día se están levantando más opiniones críticas por parte de especialistas. El tema es que tales medidas impuestas y aceptadas en aras de una excepcional situación de emergencia, hay que decirlo claro, suelen tener la mala costumbre de quedarse instauradas una vez diluida la situación que ha justificado su imposición. Es el patético miedo a la libertad que analizó y explicó E. Fromm.
En la época de declive de la República en la Roma clásica, entre el año 509 a.C. y el 27 a.C., cuando Julio César se autoproclamó dictador vitalicio anulando el poder del Senado, el ideario del estado para someter a la población era ofrecer seguridad a cambio de libertad: obedece a Roma y Roma te proteje. Cuando Bruto y el resto de conspiradores, tras asesinar a Julio César para devolver el poder al Senado, representante de la sociedad, salieron a la calle enarbolando una capucha sobre una lanza, símbolo de la libertad restaurada, no encontraron los vítores del pueblo que esperaban sino una mezcla de caos y miedo. Quizás fue entonces cuando Bruto comprendió que la libertad que él ansiaba no puede existir sin la seguridad que garantizaba una figura como el dictador César.
Veintiún siglos más tarde, el principio sigue vigente y muy agravado. Personalmente y desde hace ya bastantes años, estoy más que saturado (por usar una expresión educada) del mensaje que suena en altavoces y en carteles por todas partes: «Por su seguridad, haga esto o no haga lo otro, pensamos en su seguridad», «Por su seguridad cuide sus pertenencias», es el mensaje que suena cada pocos minutos en la megafonía de numerosos aeropuertos. Inevitablemente me despierta el mismo pensamiento: “A los idiotas y a los dormidos les van a robar de todas maneras o van a olvidar su maleta en cualquier rincón, al resto les van inundando sutilmente de miedo”. Un individuo y una sociedad asustados son mucho más fáciles de controlar que una sociedad de personas libres, responsables de sí mismas y, en consecuencia, valientes.
Benjamín Franklin, destacadísimo científico, político y filósofo norteamericano del siglo XVIII, propuso este magnífico lema para el sello de los EEUU: «La rebelión ante los tiranos es obediencia a Dios», y dejó dicho algo de total aplicación actual: aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad, no merecen ni la libertad ni la seguridad. Y me acude a la cabeza otro aviso actualísimo de Franklin que venía a decir que no hemos que vender jamás nuestra libertad a quien no nos cuenta sus secretos. ¿Me cuenta sus secretos el gobierno español (o el que sea)? No, todo lo contrario.
—II—
La situación que estamos viviendo tiene dos asas: puede entenderse como el principio de un pacto mundial hacia una situación mejor y más solidaria —la cara positiva de la mundialización— o como un boquete hacia la oscura y terrible esclavitud que está acechando. Que acabe como un nuevo pacto de toda la humanidad para mejorar la vida o como un oscuro agujero por el que caigamos dependerá exclusivamente de cada uno de nosotros y de que exista una masa crítica suficiente que se decante hacia una salida o acepte sumisa la otra.
Si no hay una cantidad mínima de personas que tomen verdadera consciencia de los factores que han conducido la humanidad hasta aquí, que decidan apostar por la libertad en lugar de cederla a cambio de un miserable espejismo de seguridad; si no hay una masa crítica que calculo del 3% de la población occidental que renuncie realmente al consumo compulsivo, a almacenar más fortunas explotando a los demás y a la Naturaleza, más dinero del que podrían gastar en cinco generaciones, si no hay un porcentaje mínimo de la humanidad que deje de desentenderse de su mundo interno y aprenda a escucharse y respetarse, que recupere la dimensión espiritual, si no se genera este cambio, el camino actual nos conducirá hacia el boquete por el que nos hundiremos hacia una nueva forma de esclavitud post-industrial que puede durar entre tres y siete siglos. Los Estados y las corporaciones multinacionales nos acabarán de robar el alma.
Os invito a dejar de estar todo el día viendo las noticias que emiten los medios de comunicación. Son mensajes que sumergen a la audiencia en un estado emocional negativo, nervioso y desasosegado, sin energía vital y con la mente llena de pensamientos pesimistas. Es una buena vía para caer por el agujero hacia la destrucción.
En sentido contrario, si aprovechamos esta oportunidad para dirigir la mirada a nuestro interior, para educar las emociones, para aceptar la vida y la muerte que nos han sido otorgadas, para comprender «qué espera la vida de cada uno de nosotros, qué espera la vida de mí» —no «qué espero yo de la vida», pensamiento inmaduro y egocéntrico—, si aprovechamos la forzada cuarentena para cuidarnos a nosotros mismos en lugar de esperar que otros se encarguen de nosotros, si cultivamos esta oportunidad inesperada que es la confinación, la humanidad caminará hacia un nuevo pacto de solidaridad y respeto, no hacia el boquete.
Cuidemos nuestro cuerpo como merece y como necesita, no con cuidados de adolescentes narcisistas. Atendamos nuestro hogar con cariño y respeto ya que es la proyección psíquica inmediata de la persona que lo habita —cada vez que soñamos con un espacio doméstico, imagen que surge del inconsciente con frecuencia, la oscuridad de la mente está indicando algo del propio soñante; “en sueños, la casa soy yo”, me dijo en cierta ocasión un indígena shuar—. En definitiva, los occidentales debemos conectar urgentemente con nuestra espiritualidad real, tanto para curar los tumores cancerígenos que tanto proliferan, como para acercarnos de nuevo con humildad a la Naturaleza de la que provenimos y a la que pertenecemos. Si cada uno se ocupa honesta y comprometidamente de sí mismo o de sí misma, el mundo mejorará.
Hay un refrán oriental que dice: «Si todo el mundo mantuviera limpio el trozo de acera que hay frente a la puerta de su casa, toda la calle estaría limpia» porque cuando nos ocupamos de nosotros mismos, también nos estamos ocupando de los demás y del universo. Y esto conlleva ocuparnos de la dimensión espiritual. No la perdamos de vista en la crisis que estamos atravesando, ya que tanto si lo invocamos como si no, la divinidad está presente.
—III—
Naturalmente, en nuestra actual situación hay un dimensión social y política, y hay otra dimensión psicológica y espiritual. Es imprescindible equilibrarlas. Sin atender el terreno social, se cae en el fanatismo religioso. Sin atender el terreno espiritual, se cae en la depresión y en la falta de sentido de la existencia.
Desde hace días me surge una duda que llena mi mente: ¿Estamos preparados para aprovechar esta crisis? Es la pregunta que no me deja descansar bien por las noches. Creo que algunos lo estamos —sin pensar en la masa— y tenemos el deber de coger nuestra caja de herramientas y usarlas para la reconstrucción. ¿Cómo hacerlo? ¿A quién dirigir la mirada para inspirarnos? ¿De dónde sacar un modelo real de espiritualidad práctica y de resistencia?
Los occidentales tenemos mucho que aprender de los pueblos indígenas americanos y africanos. Desde hace siglos están siendo objeto de una constante aculturación con la intención de occidentalizarlos a cualquier precio, eso cuando no son directamente exterminados, y aun así no han dejado de cantar, de encender el fuego de sus ancestros, de divertirse y de resistir la mortal uniformización que conlleva la mundialización. Nuestro patrón cultural, debido a la cosmovisión judeo-cristiana que lo impregna, tiñe de culpabilidad o de perversión todo aquello que sea divertido y alegre, pero estos pueblos indígenas consiguen aceptarlo, vivir solidarios y reír hasta la saciedad sin sentirse culpables por ser felices ni antes ni en este difícil momento histórico. Personalmente, cuando me siento saturado por las noticias negativas y por el recuento de muertes por coronavirus, trato de llamar a alguno de mis amigos indígenas amazónicos y reímos un rato, me contagian su capacidad instintiva de divertirse que el occidental medio ha perdido, desgraciadamente para su salud mental. Me ayudan a recordar que estar triste, vivir pre-ocupado y sin vitalidad no sirve de nada. A través de la alegría y del buen humor es como resistimos los pesares, como derrotamos el dolor y como aceptamos las cosas buenas que nos regala el Universo.
Por otro lado, cuando pase la tormenta, se abra la puerta principal de nuestras casas y podamos salir de nuevo al mundo, cada uno de nosotros será una pieza muy importante para la reconstrucción de este nuevo orden. Necesitamos estar bien, estar fuertes, centrados y tener objetivos claros, condiciones para mantener un estado de ánimo alto, una presencia hermosa, alegre y luminosa. Espero que me entendáis bien, lo que propongo no tiene nada que ver con la alienación ni con el autoengaño a través de fantasías de disneylandia. Es una estrategia de resistencia psicológica y anímica.
En las tradiciones chamánicas tanto sur como norteamericanas, siberianas y asiáticas, existe un rito iniciático que tiene muchas formas culturales pero cuyo fondo es el mismo. Podemos generalizar llamándolo «la búsqueda de la visión», vision questen inglés. El neófito que busca la visión transformadora pasa días o semanas deambulando solo por los grandes bosques, sin comida, sin protección, sin más recursos que las revelaciones de su dimensión inconsciente y espiritual; a veces tomando ayahuasca o peyote, a veces sin más inspiración que el silencio y la soledad. Si, tras tales sacrificios, consigue atravesar un portal en su mundo interno, si es capaz de romper las resistencias del pequeño ego y aceptar la grandiosidad de la vida infinita que hay tras el portal, al chamán se le desvela una nueva visión de su mundo y del mundo. Se ha enfrentado a sus miedos, a las dificultades de la soledad y ha vencido. Los griegos buscaban la misma transformación por medio de los ritos mistéricos que celebraron durante 2.500 años en los templos de Delfos, Apolo, Lesbos, Samotracia… La experiencia era conocida por el nombre deEpopteia, que viene a significar «la visión transformadora», y los adultos que habían pasado por tales ritos iniciáticos eran conocidos y respetados como epoptes, «el que ha tenido la visión transformadora».
Os invito aprovechar el tiempo de confinación forzada para mantenernos en la búsqueda «de la visión transformadora». Cuando se abra la puerta principal, ¿qué mundo queremos construir para nosotros y para nuestros hijos? ¿Qué valores debemos alimentar ahora mismo que nos conduzcan hacia este mundo deseable? De momento, no podemos hacer más que mantener la serenidad en plena tormenta, no hay más. Calmémonos, meditemos cada día y establezcamos una rutina diaria que nos facilite encontrarnos cada día con lo sagrado.
Las cosas buenas emanan, y cuando uno las necesita no debe salir de casa «a buscar», eso es contrario a la naturaleza. Uno sale de casa «a encontrar» lo que se le ofrezca, no a buscar. Uno sale a encontrar. Buscar es lo que llevamos haciendo durante diecisiete siglos y hasta aquí hemos llegado. Lo que ahora mismo emana de nosotros es lo importante y, al margen de demenciales y cuestionables decisiones políticas, observo que está brotando una tierna solidaridad, calma, nuevas relaciones interpersonales de más calidad que hasta hace un mes (sí, solo un mes). Observo que, a una velocidad sorprendente, la Naturaleza está recuperando el terreno perdido. Se están viendo animales silvestres caminando por las calles silenciosas y desiertas de las ciudades, se escucha cantar a los pájaros en lugares donde antes de la confinación era algo desconocido.
Si existe una salida para cruzar el portal y crear un nuevo pacto más fraterno en lugar de caer en el boquete oscuro de la esclavitud, ésta consiste en conectar con nuestra parte natural, respetarla y vivirla, en cantar y reír, en tener esperanza y amor, en mantener la confianza en uno mismo y en lo Inefable, al que algunos pueblos indígenas de Norteamérica llaman el Gran Todo. Resistamos con temple las emociones negativas que surgen del estado actual —en especial el miedo, la irritación y el desasosiego—. Cada uno de nosotros debe tener el brío necesario para no dejar que la negatividad ocupe todo el espacio mental y conductual, y para poner el foco en cómo quiero que sea el mundo al salir del confinamiento. Si somos suficientes, solo el 3% de la sociedad, atravesaremos el portal y pactaremos una nueva visión de la humanidad, una visión mejor para todos, en lugar de caer en el agujero oscuro de la nueva forma de control y esclavitud. Creedme, no es ninguna broma ni exageración.
Campus Can Benet Vives, 30-III-2020
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