Ayahuasca en la aldea global

AYAHUASCA EN LA ALDEA GLOBAL

Dr. Josep Mª Fericgla
Fundació J.Mª Fericgla
Societat d’etnopsicologia aplicada

I.

El tiempo fluye, las cosas cambian y la vida vibrante se transforma o desaparece, aunque, desde luego y como se suele decir, no hay nada nuevo bajo el sol. No, no hay nada nuevo de fundamental, de esencial  –por ejemplo, los grandes textos que nos siguen guiando como el Bardo Todol (libro tibetano de los muertos), la Biblia, los Rig Veda de los hindúes, el Corán o el Manual de Vida de Epicteto, fueron escritos hace cientos o miles de años–, pero las formas mutan, y eso salta a la vista. Este cambio de aspecto confunde a mucha gente que no es capaz de discernir lo sustancial y perenne de lo periférico. Las formas cambiantes embrollan el pensamiento de aquellos que se quedan en las meras e insubstanciales convenciones. Cuando hacían la misa católica en latín –lo recuerdo de cuando era pequeño– nadie entendía nada de lo que murmuraba y leía el sacerdote. Desde luego, buena forma de predicar.

La antropología sabe que las tradiciones se inventan y que, con frecuencia, forman parte más del imaginario humano que de costumbres objetivamente antiguas. Por ejemplo, en mi tierra natal, Cataluña, hay la tradición de comer «calçots» cuando es temporada, en pleno invierno. El «calçot» es un tipo de cebolla tierna que se cocina a fuego vivo, se unta en una salsa espesa a base de frutos secos, tomate, aceite y ñora, y se come con las manos. Es muy probable que, si se pregunta a cualquier catalán sobre el origen de esta costumbre culinaria tan identitaria de nuestra cultura tradicional, responda que se comen desde tiempos inmemoriales. Tan arraigada está la costumbre de comer «calçots». Pero resulta que el campesino tarraconense que improvisó esta manera de aprovechar los cebollinos tiernos crecidos en invierno está vivo o murió hace poco. Es una “lejana tradición” inventada hace algo más de medio siglo y que, en pocas décadas, arraigó, se difundió con éxito por todo el territorio catalán y hoy genera millones de euros cada temporada. No hay buen catalán que, como mínimo, no participe en una «calçotada» al año.

A pesar de las obvias diferencias, con la ayahuasca sucede algo similar. Hay grupos étnicos de la Amazonía y del piedemonte andino que históricamente no tomaban ayahuasca pero que, desde hace menos de treinta años, han adoptado esta tradición como propia a la vista del éxito comercial que tiene entre los occidentales. No nos engañemos, cualquiera que tenga la piel cobriza, la nariz ancha, hable castellano con acento latino y se cuelgue una pluma a papagayo de la cabeza puede pasar por chamán amazónico a los ojos del occidental medio, sin serlo. Y con esto no quiero decir que ya no existan “chamanes verdaderos”, guardianes de su cosmovisión ancestral. Creo que los hay en la Amazonía más profunda, en los Andes recónditos, entre los huicholes y taraumaras mexicanos, y entre otros pueblos amerindios. Se trata de individuos alejados del consumismo que no aparecen en internet ni se ofrecen para recibir grupos de occidentales.

En algunos grupos étnicos, como los shuar y los achuara de la alta Amazonía ecuatoriana  –culturas que conozco bien por haberlas estudiado durante ya casi tres décadas–  nunca se ha tomado ayahuasca en grupo, a pesar de que algunos indígenas lo ofrecen ahora a los occidentales como algo «auténticamente tradicional». Ingería e ingiere el chamán para «ver» donde está el trastorno de la persona que le pide ayuda. Tal vez toma la familia entera para vomitar y expulsar los malos aires cuando hace demasiados días que el malhumor ronda por la choza. A veces toman los amigos o hermanos, dos o tres, para tener visiones, pero no era ni es una «ceremonia chamánica grupal». Las ceremonias tradicionales eran casi individuales y, desde luego, jamás para cultivar el mundo interno en el sentido que tiene hoy esta expresión entre el hombre blanco.

 

II.

Me permitiréis que cuente una anécdota de la que fui coprotagonista. En cierta ocasión, aprovechando que me habían ofrecido dirigir un ciclo de conferencias sobre los chamanismos en el mundo, invité a un taita (chamán) quichua del Napo a impartir una de las conferencias, en Barcelona. Llamaremos Sr. G. a este chamán de unos 50 años, al que no conocía previamente. Me habían hablado de él amigos ecuatorianos que lo tenían en alta estima. El Sr. G. llegó al aeropuerto de Barcelona unos días antes de su participación en el ciclo de conferencias, tal y como estaba previsto, acompañado por un joven indígena al que yo conocía desde años atrás. Se instalaron en mi casa barcelonesa. El Sr. G. estuvo varios días literalmente sin hablar, miraba en silencio, respondía a las preguntas a través del joven acompañante y observaba. Llegué a pensar que –Dios mío, vaya patinazo– no hablaba castellano. Al tercer o cuarto día empezó a hablar y… ya no calló hasta que regresó a Ecuador. Me explicó que no había abierto la boca hasta no haber «entendido las energías del lugar y de la gente que se movía por mi casa. Nunca antes había salido del Ecuador». Bueno, persona prudente. Tras el ciclo de conferencias le propuse dirigir a medias una sesión de ayahuasca para un grupo de amigos, y aceptó. «Empezaré yo la sesión -dije al Sr. G.-, conozco mi gente. Cuando la sesión ya esté compactada te pasaré el timón y tú dirígela como quieras, a tu manera. Nosotros lo hacemos distinto a vosotros, ni mejor ni peor, solo distinto. Por eso será interesante tratar de encajar armoniosamente nuestros dos estilos». De acuerdo.

Nos reunimos en un lugar hermoso y tranquilo en el campo. Éramos un grupo que rondaba los sesenta participantes. Cuando el Sr. G. vio el grupo se quedó atónito: «José María ¿estás seguro de lo que vamos a hacer? Son muchos». Sí, estoy seguro, es mi gente y los conozco. «Pero… va a haber muertos, vendrá la policía». No, Sr. G., no habrá ningún muerto.

Entre los quichuas, así como entre otras etnias amazónicas, nunca se suele tomar ayahuasca en grupos de más de 4 o 5 personas, a lo sumo 8 y si son familiares, o bien ingiere el enteógeno el chamán solo, que es lo más habitual. Bajo el efecto de la mixtura visionaria suele desplegarse la sombra psíquica de cada participante y en la Amazonía es habitual que, al disolver los mecanismos psicológicos que nos ayudan a contener las pulsiones, éstas se lleguen a convertir en actos violentos. No es inusual que entre los hombres y mujeres que participan en una sesión, con vidas tan próximas como las que se dan en estos grupos demográficamente pequeños, haya historias de celos, venganzas y resentimientos, y no es extraño que, bajo el efecto de la ayahuasca, se transformen en agresiones personales y acaben luchando. No es extraño, pero tampoco es lo usual. El Sr. G. se asustó al ver tanta gente desconocida. «¿Estás seguro de lo que vamos a hacer?», me preguntó varias veces con obvia preocupación. Calma Sr. G. Lo que debemos hacer es no pelearnos entre nosotros dos por conducir la sesión. Arrancaré yo y conduciré la sesión hasta que estemos volando, luego te paso las riendas y continuas tú, pero si te toco el codo para recuperar el control, sobre todo, no te opongas y cédelo. Conozco mi gente y, repito, nuestra manera de tomar es diferente a la tuya. Y así fue.

Empecé llevando la sesión como lo suelo hacer, en silencio y a oscuras, con un ligero silbido muy de vez en cuando para armonizar las subjetividades en un campo único. Todo iba bien, se respiraba un profundo y sagrado silencio. Al cabo de un cierto tiempo toqué suavemente el codo al Sr. G. y le indiqué que continuara él dirigiendo la sesión. Se puso de pie y empezó a cantar enérgicamente en quichua y a mover los ramajes de árbol que había recogido del entorno. Siguió cantando con vigor y moviéndose por la sala, siguiendo su tradición, durante dos horas. En cierto momento me preguntó si algún presente quería “una limpia”, lo repetí en voz alta en medio de la oscuridad y unas cinco o seis personas pidieron la “limpia”, a lo que el Sr. G. procedió. Y así seguimos hasta el final de la sesión, calmada y pacíficamente, en silencio excepto por su canto incomprensible, y en plena oscuridad. Al acabar, el Sr. G. estaba sorprendido y contento, y me dijo: «José María, cuando regreses a Ecuador ¿podrías enseñar a mi gente a tomar ayahuasca así?». La sorpresa fue mía. Un taita consagrado, heredero de tradiciones inmemoriales, pidiéndome que le enseñara algo en lo que, tiempo antes, yo no era más que un simple aprendiz.

 

III.

Todo ser humano ha buscado y sigue buscando  –talvez hoy más desesperadamente que nunca– el contacto con lo esencial del universo, con la divinidad, la nombre como sea  –Dios, Allá, Zaratustra, Zeus, Anubis, Arútam, Indra–, y este profundo anhelo de lo sublime nos mueve a buscar, a creer, a entregarnos, a guerrear y también a engañarnos.

Un uso adecuado de la ayahuasca ayuda a construir el anhelado puente entre mi pequeña individualidad y el Gran Todo del que formamos parte, seamos conscientes de ello o no. Y esta es la función básica de la mixtura: abrir a la fuerza de la vida. Abrir la percepción, los recuerdos escondidos en el inconsciente, abrir la guerra civil que todos llevamos dentro para integrar los opuestos, abrir la consciencia a la experiencia de lo numinoso, de lo trascendente y de la sagrada fraternidad entre humanos. Esta es la función que hay que ser capaz de entender, y las formas de llegar a ello varían según las épocas, las cosmovisiones y la realidad de cada persona.

Ciertamente, estamos en un tiempo de tremendo cambio de ciclo humano, de mundialización de todo y de todos, de expansión de las redes sociales y lo que conlleva de interferencias culturales como nunca antes había sucedido. Esto implica variar radicalmente las formas, y los cambios de ciclo siempre son convulsos.

A pesar de ello, el ser humano sigue tendiendo las mismas necesidades esenciales que hace cinco mil años  –pertenecer a un grupo que lo reconozca, cuidar el cuerpo y evitar el dolor, buscar el sentido trascendente de su existencia, unirse al otro sexo para formar una unidad, iluminar con la consciencia la oscuridad del inconsciente… En referencia a algunas de estas necesidades, la ayahuasca puede ayudar a satisfacerlas, pero las formas han cambiado respecto de cómo se hacía en la Amazonía hasta hace medio siglo.

Así por ejemplo, antaño era impensable una espiritualidad fuera de la religión y actualmente es lo que se busca, la experiencia espiritual real pero fuera de la religión. Hasta hace medio siglo y en la Europa mediterránea, la existencia de familias monoparentales era una situación anómala, y si una mujer quedaba viuda con hijos, buscaba otro hombre con quien reconstruir la familia. No hace falta dar datos de la inmensa cantidad de familias occidentales de hoy en las que el padre brilla por su ausencia, incluso es normal que haya mujeres solas que se embaracen por vía artificial no contemplando en absoluto que su futuro hijo tenga padre. Y todos sufrimos las consecuencias de tal situación –falta de límites en los descendientes, poca o ninguna resistencia al fracaso, carencia de orientación vital estando en una indecisión constante, falta de modelos masculinos válidos e inmediatos, drogadicciones y dependencias compulsivas…–  pero hoy hemos de buscar otras maneras diferentes a la familia convencional para resolver esta confusa situación propia de nuestro tiempo.     

Las formas tradicionales indígenas de tomar ayahuasca no contemplaban  –porque no era necesario–  lidiar con el narcisismo que va asociado al consumo de psicótropos, pero en nuestro mundo es un riesgo psicológico de primer orden. Incluso se puede afirmar que en la sociedad de consumo todo está orientado a generar personalidades narcisistas. “Narcisismo, el mal de nuestro tiempo” como lo denominó A. Lowen, pero ni tenemos consciencia de ello porque, como se suele decir, el pez es el último en darse cuenta que vive sumergido en el agua.

Las viejas tradiciones amazónicas y andinas, y la misma forma de vida ancestral, frenaban el riesgo de caer en el narcisismo pero no son útiles para el moderno mundo globalizado. Hay que buscar otras maneras adecuadas y realistas para frenar esta distorsión psicoemocional. Y tal tema es justo en lo que ando seriamente ocupado desde hace décadas.

Una vez comprendida con precisión la función de cada uno de los factores que intervienen en numerosas ceremonias indígenas en las que se consume ayahuasca –los textos, ritmos y melodías de los cantos, la distribución en el espacio, la compleja figura del chamán y el poder de la transferencia, las finalidades de la sesión, la simbología–  he trabajado para desarrollar formas de consumo de ayahuasca acordes a las necesidades y valores occidentales. Nosotros no somos una cultura animista, no nos engañemos, y los chamanismos tradicionales han surgido de este patrón cognitivo.

En un mundo dominado por los valores occidentales  –y ello incluye hoy a la mayor parte de pueblos indígenas del planeta–  los efectos de la ayahuasca deben concebirse, en un sentido amplio, desde la psicoterapia, deben concebirse dentro de la desaforada búsqueda de la experiencia espiritual por parte del huérfano occidental medio, deben concebirse como un remedio a la neurosis si se usa adecuadamente, como una vía para conectar conscientemente con lo esencial e intrínseco de la vida, con el ser interno, y las formas indígenas tradicionales no siempre sirven para ello. A menudo, ni tan solo sirven para los propios indígenas amazónicos, que ya han puesto sus dos pies en el continente del pensamiento analítico occidental y la cognición animista de sus padres o abuelos les resulta realmente lejana y ajena, aunque se disfracen con sus viejos atuendos.

 

IV.

Respeto sincera y profundamente las tradiciones de los numerosos pueblos amazónicos que toman ayahuasca. Les debemos el haber mantenido vivo durante siglos y siglos el conocimiento necesario para reconocer las lianas adecuadas y preparar la mixtura, haber transmitido a través de generaciones de hombres humildes y anónimos la sapiencia de cómo mezclar los ingredientes, cómo llevar una sesión, cómo respetar la verdad y la Naturaleza, cómo recuperar la armonía a través de las visiones de la ayahuasca. En definitiva, de cómo sanar el espiritu. Y justamente por el inmenso y sagrado respeto intelectual y anímico que siento hacia ellos, no puedo ceñirme a repetir formas de hacer que han perdido su sentido con el transcurrir del tiempo, que han quedado vacías a raíz de los cambios acaecidos en el mundo en los últimos treinta y cinco años. El chamán shuar que fue mi maestro e introductor a sus conocimientos tradicionales y herméticos, me inició en un periodo de cuatro intensos meses de ayunos y aprendizaje. Nunca antes había iniciado a nadie que no fuera indígena y me comentaba que, en su juventud, la iniciación duraba dos años pero que conmigo halló la manera de hacerlo en cuatro meses. Y no me transmitió menos de lo que transmite a sus coterráneos en dos años más espaciados.

Necesitamos adaptar al mundo moderno este fenomenal recurso para el cultivo de la consciencia y para la sanación, la ayahuasca, y es lo que propongo con el desarrollo de la Tercera Vía de uso de la ayahuasca. La primera fue la Vía Chamánica, propia de los pueblos animistas; y la segunda la Vía Devocional, desplegada en las nuevas religiones sincréticas de origen brasileño, con miles de seguidores. Para los que estáis interesados en profundizar en las formas de uso de la ayahuasca en Occidente, especialmente en procesos de psicoterapia, os remito a mi penúltimo libro “AYAHUASCA. La realidad detrás de la realidad” (ed. Kairós, Barcelona, 2018).

Estamos caminando por una vía de profunda transformación humana de las formas y, a menudo, esto agota si uno se aleja del fondo, si pierde el objetivo de cada uno de sus actos. Vivimos en la sociedad del cansancio, como la llama el inspirado filósofo Byung-Chul Han, pero no hay que dejarse atrapar por nuestro peor enemigo, la desesperanza.

Ciertamente, al no haber hoy un sistema de verificación de calidad en referencia a la toma de la mixtura visionaria, en todo Occidente se venden sesiones (‘ceremonias’ como gusta etiquetar) que más desencajan que ayudan a los asistentes. Y eso, tanto por parte de los cínicos diletantes occidentales solo interesados en los beneficios económicos, como por parte de indígenas avispados interesados en aprovechar el tirón del mercado. Solo hace falta recorrer con cierto sentido crítico las webs que anuncian «ceremonias tradicionales de ayahuasca», para percatarse que la mayoría de indígenas que aparecen van disfrazados. Es como si yo me pusiera la tradicional «barretina catalana» en la cabeza, atuendo que nadie usa desde hace más de un siglo, para dar una conferencia y mostrarme más catalán. No hombre, eso es para el teatro costumbrista, seamos serios.

No obstante, el uso reiterado del recurso «ceremonias tradicionales indígenas» sigue vendiendo de cara al consumidor europeo o norteamericano, en general poco crítico con lo que compra. Personalmente, empieza a aburrirme, como cualquier anuncio que pretenda venderme una imagen vacía y fuera de la realidad.

Necesitamos instaurar una manera occidental, seria, útil y respetuosa de aprovechar los gigantescos potenciales de la ayahuasca en el camino de reencuentro con la propia alma. Es lo que ofrezco en la casa Etno-Ahuano, en Ecuador, con el apoyo de numerosos occidentales, mestizos e indígenas, chamanes y no chamanes, que vislumbran la necesidad de cambiar algunas formas de hacer las cosas para mantener la esencia viva.

Para vivir hay que cambiar, pero no de cualquier manera. La existencia es cambio permanente, y cuando uno se agarra a cierta manera de hacer las cosas de forma intransigente, a cierta liturgia olvidando la función, podemos decir que ya es casi un cadáver que respira. Si todo cambia, ¿Por qué algunos se extrañan que también cambie la manera de tomar ayahuasca? Lo que sí resulta inaceptable, repito, es convertir una vía hacia lo trascendente, hacia la sacralidad del universo en un consumo necio y propio de las drogas de abuso.

 

Can Benet Vives

Barcelona, 21-VII-2019

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