DIOS ES UN ABREVADERO
Dr. Josep Mª Fericgla
I.
Durante la profunda y larga meditación del pasado fin de semana, expandida por el uso de milenarias mixturas sagradas, sentí descender sobre mis hombros una losa extremadamente pesada. Era agotadora de sostener, a la vez agitada y desasosegante. ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde ha quedado la insondable serenidad a la que estoy acostumbrado cuando me hundo en mi dimensión atemporal? Esa sensación que amplificaron las plantas sagradas y mi estado de percepción especial ¿es sólo mi cansancio personal, o es un estado general? ¿Lo estáis sintiendo también los demás? ¿Tal vez sea el peso del tiempo tan agitado y enfadado que estamos atravesando?
Casi todos los presentes lo notaron como yo. Un cansancio inmenso que casi nos doblaba la espalda con su peso. El agotamiento acumulado por el confinamiento, por la tensión del no-saber, por un desconcierto generalizado hasta límites insospechables hace tan solo cuatro meses, el enfado de estar trabajando más horas que antes para obtener mucho menos beneficio neto. La confusión se ha adueñado del tiempo.
Tengo el convencimiento que tardaremos años en saber exactamente cuál está siendo la consecuencia psicológica y espiritual de la pandemia y del confinamiento, situación que parecía haber llegado al final de su camino, y ahora vemos que no, que en algunos países como España, la pandemia está dando la vuelta a la esquina y regresando hacia atrás, ocupando espacios que ya parecía haber arrasado.
Somos bárbaros que no aprendemos la lección, y la lección regresa para mostrarnos de nuevo la vulnerabilidad de la sociedad y de la vida humana cuando se pierde el control de la atención y del presente.
Como si fuera una enorme bola oscura y pegajosa, percibo el desaliento general ante la constante imprevisibilidad e incertidumbre del tiempo que vivimos, ante la desgastada confianza en lo que dicen los políticos y los científicos, ante el que no haya nada firme, ningún punto de referencia sólido más que la aceptación sobre el vacío. Noto la impotencia, el enfado y el abandono general, a la vez que la creciente y peligrosa fuerza de la ira que está ganando terreno. La violencia está apareciendo en la gente por entre las grietas que se abren en la habitual —y ya limitada— cordura.
La pregunta que nos asalta un día y otro se resume en dos palabras: ¿Qué hacer? Es decir, ¿programo las vacaciones estivales o ya no vale la pena y me rindo a la desesperanza? ¿Busco un nuevo trabajo? ¿Durará mucho esta situación de locura y desazón? ¿Abrazo a mis amigos y mantengo la distancia? ¿Qué hacer? Desde la mirada psicológica, se observan síntomas de una situación general propia del estrés post-traumático. Desde la mirada antropológica, es un recodo del camino de la humanidad en el que se están abandonando valores y pautas culturales establecidas, pero sin vislumbrarse lo que sea que está por llegar, ni hacia dónde vamos y lo que se medio adivina puede ser tremendo: va tomando forma un nuevo y oscurantista estado de feudalismo apresados por la tecnología.
II.
Os animo a centraros en vosotros y en vosotras mismos. Dedicad tiempo a meditar, a estar en silencio, a desarrollar un núcleo interno de gravedadque sea un espacio de sagrada convergencia, de estabilidad y energía. Necesitamos un espacio interior, por pequeño que sea, que permanezca libre de influencias externas y desde el cual podamos ver el mundo con objetividad, sin el desasosiego, el miedo o la rabia que están tiñendo el paisaje. Un espacio sagrado de confluencia de lo que soy, de lo que somos.
La gente está deshilachada, socialmente dispersa, dividida y ahuyentada de sí misma, justo lo contrario del dios o de la diosa que nos une, y de los espacios sagrados que nos re-unen.
Cada persona debe trabajar para confluir en sí misma, para que los hilos periféricos que ahora la conforman se organicen y se consoliden en un centro, en el centro interno de gravedad, en el silencio.
¿Quieres sumergirte en el desánimo? Imagino que, como yo, no quieres. Por ello, te invito a que no permanezcas demasiado tiempo en la desgastante actividad mental del dudar ¿Lo hago o no lo hago, voy o espero, me quiere o no me quiere? Escúchate el corazón, evalúa con astucia las posibilidades y la situación externa, decide y hazlo. Paso a paso, pero hazlo ya.
No es fácil caminar sobre las brasas que constituyen el momento actual, pero tampoco es imposible. Algunos estamos acostumbrados a caminar sobre ascuas encendidas porque es nuestro suelo casi permanente, lo tomamos con cierta calma, hasta con serenidad, y apoyados en la fuerza de la costumbre nos permitimos recordar que todo pasa, que esto también pasará, y que nuestro peor enemigo es la desesperanza. Tampoco dejéis espacio para la pereza: eliminad ahora mismo este término de vuestro diccionario personal. Ya sabemos que detrás de la pereza camina la autocomplacencia, y detrás de ella el abandono, la barbarie y la pérdida de la consciencia de la Fuerza. ¡Fuera!
Para acabar, adjunto mi pensamiento de esta tarde y os dejo con Ello.
III.
Querido amigo y querida hermana,
vuelve a creer por algún tiempo en lo que haces.
Confía en ti, crea una nueva consolidación y sumérgete en ella.
Crea una nueva modalidad del tiempo,
un tiempo que sea centro y confluencia de muchas líneas.
No lo hagas solo para ti ya que Dios,
como quiera que lo llames,
es siempre un centro de confluencia.
El Viejo es unión y ‘re’-unión.
El dios o la diosa consolida, relaciona y construye.
Aliméntate de modelos y consolidaciones ajenas, recíbelas, transfórmalas.
Transformar es una manera de destruir y renovar,
transformar es decapitar una consolidación para crear una nueva.
Necesitamos con urgencia lugares sagrados.
Un espacio sagrado es, como afirma poéticamente Chantal Maillard, un abrevadero.
Un espacio sagrado es un centro que nos re-une
gracias a la energía en la que se abrevan todos los miembros de una comunidad.
Es un lugar que devuelve lo común,
que vuelve a hacer comunitaria la energía dispersa en cada uno.
Primero, cada uno y cada una entrega su fuerza y devoción a Dios, a la Unidad.
Éste reúne la energía que le es depositada y la devuelve al espacio común.
Un dios o una diosa es el núcleo de un lugar sagrado.
Todos podemos estar ahí.
Convertirse en el dios es neutralizar lo personal,
es erradicar los deseos del ‘yo’,
es depurar la energía de aquello que lo diferencia, es convertirse en un lugar común, espacio para la comunión.
Es devenir abrevadero.
Decir «yo soy Ello» es el final del camino,
significa que quien es capaz de pronunciar estas palabras ha desaparecido,
ha anulado su ‘yo’, lo ha disuelto en Eso donde todo converge.
Converge en ti, crea un centro de gravedad en tu corazón,
esos tiempos de dispersión e incertidumbre lo exigen.
Can Benet Vives
15 de julio 2020
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