LA INSONDABLE MIRADA DEL BEBÉ
Dr. Josep Mª Fericgla
I.
La Fuente de vida habita el corazón de las personas y es a través de un nuevo estado de consciencia que percibimos la naturaleza eterna del ser humano. Ahí existe un espacio siempre insólito desde donde tenemos la posibilidad de reconstruirnos, de alcanzar un estado de gracia soberano. Seamos conscientes o no, estamos en relación con algo perfecto y absoluto. Lo que Ello sea se manifiesta en ti y en mí. Podemos llamarlo Dios, Allah, Jesús, Arútam, el Gran Todo o como sea, pero es algo real. No es algo imaginario. Es lo que sostiene la vida y mantiene todo el universo en marcha.
La Eterna Fuente de vida se hace palpable cada vez que nace un ser humano. En la hermética mirada del bebé, desde la misteriosa forma de escrutar el mundo del recién nacido, lo Absoluto nos contempla cara a cara, nos confronta desde lo más sacrosanto, a ti y a mí: «¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo con tu vida?». Es la mirada de la eternidad, con total transparencia y total presencia, sin el menor anhelo material ni emocional. Es la mirada de la integridad, del ser que cuando llora, todo él llora, cuando descansa y duerme, todo él goza de la paz. Aun no hay la división interna que más tarde se convierte en la guerra civil que todos arrastramos dentro.
En especial, hay algunos recién nacidos cuya mera presencia nos conmueve hasta lo más incognoscible, hasta los cimientos de nuestra estrafalaria personalidad, nos despierta el nuevo estado de consciencia en el que tu corazón es habitado por la Fuente de la Vida eterna. La presencia del Ser y la intensidad que tiene la mirada del recién nacido, tan próxima de la esencia de lo que somos, es lo que nos arrebata y enamora. No soy místico, solo un ignorante con pretensiones, pero creo que la fuerza de la mirada de cada bebé probablemente dependa de las experiencias por las que ha pasado en sus anteriores existencias, de lo que haya cosechado en anteriores viajes. Lo afirman los grandes Maestros de la humanidad desde la época del Edén y no soy nadie para rebatirlo.
A través de cada recién nacido, quien quiera que Ello sea, se presenta de nuevo al mundo. La Magnanimidad más Absoluta se manifiesta con amorosa brutalidad y nos permite mirarla a los ojos, pero solo si nos atrevemos a sostener la mirada del bebé como acto puro, sin pretender llamarle puerilmente la atención ni buscar que nos corresponda con una sonrisa utilitaria como la nuestra. El Creador sonríe cuando quiere y a quien El quiere, sin responder a insubstanciales formas sociales.
No debemos esperar que la mirada de Dios responda a nuestra derrotada presencia de adultos cuyo corazón se cerró a la Perfección y ahora sufre la desconexión y la soledad del náufrago.
Por otro lado, mirar y ser observado por un bebé es regresar al momento de plenitud previo a nuestra propia llegada al mundo. Es revivir la conexión con la Unidad de la que nos alejamos al nacer. Es sentir como, desde las profundidades del inconsciente, resurge el universo de recuerdos y sensaciones que experimentamos al encerrarnos por primera vez en ese cuerpecito que más tarde llegará a convertirse en la herramienta a través de la que vivimos el doloroso y el gozoso aprendizaje que resulta ser el viaje humano.
Desde el momento del alumbramiento, la inefable esencia divina que nos insufla la vida empieza a experimentar el cuerpo, sus capacidades y reacciones, y a través de él se acerca al mundo material. La esencia eterna lentamente explora las posibilidades que le ofrece el delicado cuerpo temporal para moverse desde ahí dentro, para observar, para sentir, para percibir y para buscar el camino de regreso a la Unidad, agonía que nos empujará el resto de la vida.
Al principio, el bebé duda de lo que está haciendo y de lo que puede hacer con su cuerpo. Se sorprende por las sensaciones y reacciones del organismo que está estrenando. Estira los frágiles brazos y las piernas que durante nueve meses han estado contraídos dentro del útero materno, se deja llevar por los instintos que vienen impresos en las células de ese minúsculo cuerpo acabado de estrenar, chupa alimento de los pechos de mamá —si ha tenido un parto natural— sin que nadie le haya dicho cómo hacerlo, evacua y mueve los pequeños músculos faciales y es así, como esencia inefable, que se sorprende por algunas reacciones de la materia. El cuerpo erupta por la boca o se hincha y suelta gases por el ano. Todo es nuevo y sorprendente, hay que explorarlo.
II.
Un bebé es espiritualmente invulnerable, como el Niño Jesús del Belén navideño. Es la vida carnal más próxima a la esencia divina y atemporal, a la vez que es absolutamente vulnerable en su dimensión corporal. Solo la gente con el alma caída, con un aliento de la misma calidad que el sucio hielo callejero, se sitúa frente a un bebé y no percibe la densa vibración de la Fuente de Vida que habita su corazón.
Los adultos que han mantenido cierta sensibilidad espiritual, cierta conexión con su esencia o que han desarrollado este contacto con el tremendo esfuerzo que exige —y, repito, se trata de algo real—, sienten que la mirada y la presencia prolongada del recién nacido les despierta los lejanos, tal vez terribles y determinantes recuerdos de su propia llegada a la vida terrena. Muchos adultos experimentan ese contacto con lo Insondable como una insoportable sensación de revivir su propia infancia. No se dan cuenta que la nueva consciencia que despierta la presencia del recién nacido debe ser cristalizada al vuelo, como un regalo impagable, como la posibilidad de sanar los traumas y las carencias de aquella época primordial de su propia vida. No es tan difícil, creedme.
Hay un cuento sufí que habla de la historia de una persona que habita el eterno planeta de la Luz. Un día, por orden de su Padre, deja tal lugar de Gozosa Totalidad y viaja al planeta de la oscuridad, donde los habitantes vegetan dormidos e inconscientes. Se mueven como autómatas. La persona debe encontrar la imperecedera joya oculta en una cueva vigilada por la serpiente, símbolo permanente de los instintos ciegos, de la oscura jungla del inconsciente. La persona acaba por dormirse al caer bajo el influjo ambiental y social de la gente de ese planeta. Pero sucede algo especial y la persona, lentamente y con esfuerzo, va recordando su misión. Una vez liberada la sagrada y simbólica joya, la persona que ha recuperado su totalidad regresa al planeta de la Luz, al mundo de la Integridad, al espacio habitado por Dios. Este relato, uno de mis favoritos, es una inspirada metáfora de lo que constituye el nacimiento, el origen y el destino de la vida humana.
Un bebé es un templo palpitante. Es el sagrado templo que hay dentro de mi casa desde hace nueve días. Su mirada es la ventana desde donde lo Insondable me escudriña y me ofrece la posibilidad de reencontrarme con Ello dentro de mí, y dentro de ti. Es la vida del inconsciente más profundo, donde laten los arquetipos con cuya energía se empieza a cultivar el jardín ordenado de la consciencia, y eso sucede desde el minuto cero del aterrizaje en el mundo. Llevamos más de 32.000 años cultivando este bello jardín, generación tras generación.
Si te fijas, si observas sin buscar, sin comparar ni juzgar, descubrirás que, a los pocos días tras el alumbramiento, el bebé empieza a desarrollar una delicada manera de comunicarse con la madre, si ella está inmersa en el mismo viaje. De pronto, cuando el bebé tiene la tripa llena de leche materna, en lugar de esperar a que el líquido blancuzco se desparrame por entre sus labios chorreando el cuerpo, descubre que haciendo una mueca, un gesto casi imperceptible a ojos ajenos, la madre entiende que su hija está satisfecha y no le sigue hundiendo el pezón en la boca. Ahí empieza la muda comunicación, el vínculo amoroso entre madre e hija y entre generaciones.
III.
Por todo ello, y por mucho más, el mismo instante y en la forma en que ha sido alumbrado el neonato son capitales. Resulta que esos primeros pasos y los primeros meses de vida, son un tiempo transcendente para la futura espiritualidad, para la psique y para el cuerpo del futuro individuo adulto.
Construid el altar en el centro del templo sagrado desde donde os mira la vida eterna, cuidad estrictamente el alumbramiento, y no os fieis ciegamente del sistema médico. A menos que haya una verdadera necesidad de intervención hospitalaria —que no llega al 8% de los casos, pero en España se practica cesárea en el 23% de los partos en hospitales públicos y en el 31% de los privados(*)—, respetad el sabio ritmo natural de la vida, y mantened la tradicional cuarentena post parto. No es un tema de antiguas supersticiones. No. Impedid que cualquiera se acerque a vuestro hijo o a vuestra hija recién nacidos y trate de robarle una mirada o un suspiro, y menos aun tocarlo o provocarle un llanto para satisfacer la derrota vital de extraños en busca de un dios sin esfuerzo. Nadie sensato va al bosque en invierno sin la cuidadosa preparación y el equipo necesarios, ni se enrola pilotando un navío sin cuidar los viajeros, el origen, el camino y el destino del viaje.
Presento mis solemnes respetos a todos los recién nacidos durante su primer mes de vida.
J.MªF.
Can Benet Vives 9 de enero, 2021
(*) SMULDERS, B., y CROON, M., 2009, Parto seguro. Una guía completa, ed. Medici, págs. 119 a 131.
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