El cuerpo que nos ha sido otorgado

Dr. Josep Mª Fericgla
Societat d’Etnopsicologia Aplicada — Fundació J.Mª Fericgla
Campus Can Benet Vives

Con frecuencia se oye hablar del cuerpo como de algo ajeno a uno mismo. «No me gusta mi cuerpo», «que cuerpazo tengo desde que hago gimnasia», «mi cuerpo y yo no nos entendemos», «no siento lo que me dice el cuerpo», «me haré una liposucción para tener un cuerpo más seductor» y cosas por el estilo que suenan a objeto de consumo, como si el cuerpo fuera algo externo a uno mismo, aunque probablemente para algunos, su cuerpo sea tan extraño como para mí los inyectores del motor de mi coche.

Para comprender el papel que desempeña en nuestra vida este aspecto del Ser, puesto que el cuerpo es una parte de nuestro ser, hay que acercarse a él con un grado razonable de presencia interior y de consciencia. El hecho es que la situación no es la de «mi cuerpo y yo», sino que, en un cierto sentido, «yo soy mi cuerpo». Puedo llegar a no ser solo mi cuerpo, pero de entrada lo soy. Para la casi totalidad de humanos, la vida tan solo consiste en lo que deriva de su cuerpo: recuerdos, placeres, necesidades, capacidades y habilidades, sensaciones, percepciones, sueño y vigilia… todas, sin excepción, son facetas derivadas de lo que el cuerpo puede conseguir, pide o arrastra consigo. No hay más. A las ardillas del bosque y a los toros de lidia les sucede lo mismo.

No obstante, a los personas espirituales nos interesa otra cosa. En la búsqueda que nos atrae, resulta que no sabemos bien de qué estamos hablando cuando evocamos la presencia del cuerpo. Es probable que, lo que más nos llame la atención, sea el misterio de la vida que late en nuestro interior y que llena el cuerpo con este mismo misterio que es la vida. Muchas tradiciones espirituales entienden que el cuerpo es «mi herramienta para el trabajo interior». No es una herramienta más, sino que es la única herramienta.

El cuerpo es el aparato cósmico que transforma la energía que recibimos, la energía que nos da vida y que debemos procesar para elevarla de calidad, siendo éste el objetivo último de la existencia. El cuerpo recibe energía desde estratos superiores y desde estratos inferiores, y necesita ambas para poder vivir. En Fragmentos de una enseñanza desconocida, P. D. Ouspensky describe como el cuerpo contiene en sí mismo todas las energías y recursos necesarios para nuestro desarrollo interior, hasta el nivel más alto que un humano pueda concebir. Solo hay que aprender a procesarla y usarla.

En tanto no estemos conectados realmente a la vida que late en nuestro cuerpo, esta información, que es precisa y suficiente, no nos concierne. Es como hablar de los delicados matices cromáticos de un cuadro de Leonardo da Vinci a un fiel y amable perro de compañía. No le concierne.

Me llama la atención cuando alguien afirma cosas del estilo: «No tengo contacto con mi cuerpo, no tengo idea de lo que sucede por ahí dentro solo cuando me duele algo». No es una forma de hablar, sino que con frecuencia compruebo que se trata de una afirmación muy ajustada. Falta una relación consciente entre el pensamiento y el centro intelectual, por un lado, con el cuerpo y el centro instintivo, por el otro.

Cada uno de nosotros necesita vivir de una manera equilibrada y para ello, y en especial en los ámbitos del llamado desarrollo psicológico y espiritual, es preciso regresar al cuerpo. Debemos observar la realidad que es nuestro cuerpo, los estados de apertura y de cerrazón por los que va pasando. El cuerpo es mi herramienta, de ahí que la vida intelectual, emocional y espiritual pase por el cuerpo. ¿Cómo podrías leer este texto si no tuvieras unos ojos que funcionaran con una mínima eficacia? O, en un caso extremo ¿Cómo podrías escuchar que alguien lo lee en voz alta si no tuvieras unos oídos razonablemente funcionales? Los ojos y todo el complejo auditivo son partes de tu cuerpo. La comprensión de este texto y de todos los demás que puedas leer o conocer viene, en primer lugar, por la vía corporal.

Repito, la manera más limpia para comprender las distintas formas de vida que pueblan la Tierra es viéndolas literalmente como «transformadores de energía». Digo la manera más limpia porque esta perspectiva, además de otras ventajas, elimina los juicios de valor y opiniones morales.

Hay un esquema cósmico referido a las «calidades de energía» o «refinamiento de la energía», y toda forma de vida debe ser entendida desde esta perspectiva. Lo Absoluto está en la cima del esquema de las calidades. En lo más bajo, está el mundo mineral o tal vez haya otras formas que desconocemos de energía aún más indiferenciada.

Cada forma concreta que adquiere la vida, sean plantas, animales o humanos… es una estación de transformación que recibe o busca energía de peor calidad, lo que significa más indiscriminada, y tiene como misión evolutiva procesarla y elevarla de calidad. Aquí, «más calidad» significa mayor discriminación.

En el estrato de los seres humanos, entendemos que una persona está «más evolucionada» en la medida en que puede discriminar más realidades dentro y fuera de sí misma. El proceso de socialización de los niños consiste, en buena parte, en esto: en irles enseñando a discriminar límites, valores, personas de su alrededor, sabores y olores, lenguaje, miradas y sensaciones.

Pongamos un ejemplo. Cada vez que alguien no se contenta con responder con un simple «bien» o «mal» ante la pregunta «¿Cómo te encuentras?», sino que realiza el esfuerzo de observar con detalle dentro de sí mismo y especifica «me siento un poco triste pero esperanzado» o lo que sea que perciba en su sentir, esta persona está ayudando a la Gran Obra. Si la pregunta la realiza un médico al que visitamos para que nos cure, es más difícil que acierte el diagnóstico si le respondemos: «me duele mucho por ahí, ay, ay, ay…», que si respondemos algo así: «tengo las digestiones pesadas cuando como carne, pero no tanto si ingiero pescado. También me he fijado que los días de fiesta suelo notar menos el dolor que los días laborable, aun cuando suelo comer un poco más». Evolución es discriminación, comunicación es discriminación, amar es discriminar y reconocer. También lo es en el ámbito energético.

El principal objetivo de la práctica permanente de toda tradición espiritual es observarse desde la justa distancia. En primer lugar se trata de aprender a discriminar nuestros sentimientos: cuándo, dónde y en relación a qué aparecen las emociones que sentimos y que nos arrastran, qué recorrido tienen dentro de mí, cuánto duran, qué tanto me desgastan o me nutren, con qué automatismos están relacionadas, qué palabras puedo usar para compartirlo, etcétera.

En un segundo nivel, aprendemos cómo actuar interiormente para desidentificarnos de las emociones y de los automatismos que rigen nuestra vida mecánica en contra de nuestros intereses verdaderos.

Es importante acercarse a estas facetas de nuestro ser, al cuerpo y todo lo que deriva de él, con un mínimo grado de presencia interior, de amor. Debemos desarrollar la consciencia sobre el hecho de que cada situación exterior y lo que sea que ello despierta en mí: «yo no soy esta situación, aunque estoy en ella». El cuerpo no soy yo, pero estoy en él.

Nuestro cuerpo es un transformador de energía. La procesa de una calidad más indiferenciada a una más discriminada y elevada. Una planta es un transformador de energía: capta energía calórica, luminosa y de otros tipos, y la transforma, por medio de la función clorofílica y del resto de sus funciones como ser vivo, en energía de una calidad más depurada. Los minerales que absorbe la planta no crecen ni se reproducen, no evolucionan a un ritmo humanamente perceptible, la planta sí. Cualquier vegetal goza de innumerables más capacidades que un mineral o que la energía del calor, que es la forma más indiferenciada y baja de energía. Los animales absorben la energía de las plantas y la transforman en una forma superior de energía respecto de la de la planta: ya tienen movimiento voluntario de traslación y un sinfín más de posibilidades discriminativas evolutivamente superiores a las de las plantas.

Prefiero no referirme a algunos humanos, cuya comparación con las lechugas no daría un saldo excesivamente brillante, pero digamos que, en general, los seres humanos tenemos como función cósmica transformar la energía que captamos y recibimos en otra de mayor calidad, en consciencia. Captamos energía por medio del aire que respiramos, de los alimentos que ingerimos y de los estímulos que percibimos.

Consciencia, intención y atención, amor, fe, confianza y esperanza son formas superiores de energía. Hacía ellas debemos tender. Por ello, hay que tratar de absorber alimentos que nos aporten la máxima cantidad de energía acompañada de un mínimo índice de intoxicación.

Es paradójico, pero es una ecuación universal: cada vez que ingerimos alimentos, sea aire, comida o estímulos, a la vez que ingerimos energía de cierta calidad ingerimos elementos que nos dañan. Cuando comemos un trozo de pan, los cereales horneados nos proporcionan carbohidratos, sales minerales, vitaminas y todo lo demás, pero no todo ello es bueno para nuestro cuerpo. Ya sabéis, una o dos veces al día necesitamos evacuar lo que no nos resulta útil y nos intoxica. Cuánto más puros son los alimentos (integrales, de cultivo o cría orgánica, de cosecha reciente y todo lo demás) más pesa la energía útil en la ecuación, pero no podemos librarnos de tener que ingerir a la vez elementos que son tóxicos, aunque sea en mínima proporción.

Lo mismo sucede con el aire que respiramos. Nuestros pulmones metabolizan el oxígeno, hidrógeno y nitrógeno y los demás gases que necesitamos, pero debemos expulsar la parte del aire que no nos sirve más el anhídrido carbónico que nosotros mismos generamos.

Por ello, es una asignatura importante buscar fuentes de energía lo más limpias posibles, que nos aporten mayor cantidad de energía útil y menor cantidad de intoxicación en el mismo saco y con ello me refiero tanto a comida material como a relaciones, situaciones, ambientes, actividades y compañías. Cuando respiramos profundamente en una ciudad llena de coches y chimeneas, y luego hacemos lo mismo en el campo abierto, hay una enorme diferencia y creo que todos entendemos a que me estoy refiriendo.

Termino recordando una pauta fundamental para nuestra evolución: mantener la atención puesta en dar y recibir cuidados de calidad para el cuerpo y la mente.

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Próximas actividades de la Fundació J.Mª Fericgla:

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